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'21 días', el programa mensual de reportajes de Cuatro producido por BocaBoca, vuelve a la programación de la cadena tras haber alcanzado una media de 17,3% de share en sus cinco entregas emitidas, congregando a 2,2 millones de espectadores.
La segunda temporada comienza pocos días después de que se haya dado a conocer la noticia de que Samanta Villar ha sido llamada a declarar como imputada como presunta cómplice del robo de unos hierros mientras realizaba un reportaje con chabolistas.En su primera temporada '21 días' trató temas tan controvertidos como la vida de las personas sin hogar, los trastornos de la conducta alimentaria, el consumo del cannabis o los peligros de la obsesión por la forma física, sin dejar de lado temas de gran calado social como el chabolismo o la inmigración ilegal. En esta primera entrega de la nueva temporada la periodista se embarcará en una de las caras más amargas y cotidianas de la crisis: la realidad que viven muchas familias, que han pasado de llevar una vida normal a tener que luchar para poder sobrevivir.
La actual crisis ha llevado a personas que tenían un proyecto de futuro a tener que enfrentarse a la incertidumbre de vivir al día para conseguir cubrir sus necesidades básicas. Una situación de angustia que Samanta vivirá en primera persona durante 21 días compartiendo hogar con una familia canaria que vive al borde del desahucio. Una familia afectada por el paro, uno de los grandes males de la crisis, pero no el único.
Mientras las estadísticas cifran en un 20% el paro en España, en el archipiélago canario la realidad es aún más cruda: el 26% de la población está sin trabajo, por lo que incluso el alcalde de Santa Cruz de Tenerife ha tenido que declarar la situación de emergencia social tras el hundimiento de la construcción y el retroceso del turismo. Durante 21 días, 24 horas al día, Samanta hará suya la angustia de los millones de españoles que luchan por sobrevivir y llegar a final de mes de una forma digna. Villar compartirá las dramáticas circunstancias de una familia numerosa tinerfeña en la que, a lo largo del último año, todos sus miembros se han quedado sin trabajo.
Conocerá de primera mano la preocupación constante con la que viven por no poder cumplir con las deudas, o cómo la tensión del ambiente se convierte en un excelente caldo de cultivo para las enfermedades, los problemas médicos y el insomnio.
La situación de esta familia no es más que un ejemplo de lo que ocurre en todo Tenerife, uno de los lugares donde la crisis se ha cebado más. En su periplo por la isla, durante 21 días enfrentada al fantasma de la crisis y el paro, Samanta aprenderá cómo puede una familia numerosa sobrevivir sin ingresos, indagará en alguno de los sectores más castigados por la recesión económica o conocerá las historias de desesperación que se esconden en uno de los lugares más idílicos de la isla: el acantilado del Barranco Santo, donde las cuevas que llevan allí más de medio siglo reciben ahora a familias que no pueden afrontar el pago de sus casas a raíz de la adversa situación económica.
La convivencia en un hogar acosado por la crisis
Samanta Villar asume un nuevo reto para retratar la cara más dura de la crisis: vivir durante 21 días como un miembro más de una familia numerosa angustiada por el paro, buscando los trabajos que otros rechazan para sobrevivir. Un crisol de historias interrelacionadas con un nexo de unión: una situación económica que ha castigado con crudeza a la clase trabajadora.
Samanta convivirá durante tres semanas con la familia de Andrés (51 años) y Nati (48 años). La empresa donde Andrés llevaba 14 años trabajando no le paga desde hace diez meses. No puede cobrar el paro, ya que no ha sido despedido y legalmente sigue contratado; lleva seis meses en huelga junto a sus compañeros, a la espera de que salga el juicio que pueda resolver su situación. Por las tardes, de vez en cuando consigue hacer junto a un amigo alguna mudanza que le permite llevar algo de dinero a casa. Casi todos los días visita a su madre de 90 años que, a pesar de tener una pensión de solo 400 euros, suele darle algo de dinero y un cartón de leche. Las consecuencias de la crisis se manifiestan también en su deterioro físico: en seis meses se ha quedado calvo y sufre insomnio. No tienen dinero para los seguros de los dos coches que tiene la familia y cada día recibe llamadas de los acreedores. Las deudas les ahogan.
Su esposa, Nati, se ganaba la vida limpiando escaleras hasta que una lesión de espalda y unos vértigos le impidieron seguir trabajando. Ahora está en tratamiento por depresión debido a la angustia económica que están pasando. En casa viven junto a sus hijos Braulio (23 años), Nisamar (26 años), y Yaiza (29 años) y sus nietos Jesús (6 años e hijo de Nisamar) y Tani (11 años e hija de Yaiza). Braulio trabajaba en una gasolinera, pero lleva cinco meses en paro. Ha echado currículos, pero no encuentra nada. Su ilusión es lograr un trabajo para recuperar su coche, que tuvo que vender debido a la crisis.
A pesar de sus estrecheces económicas, hay días que se juntan hasta 11 familiares para comer en casa.
Samanta sentirá la angustia de estar en una casa en la que se vive al día y en la que la comida no está asegurada. Por ello se ha visto obligada a coger varios trabajos mal retribuidos y sin garantías, para poder ofrecer una pequeña ayuda a la familia.
Junto a Braulio repartirán publicidad durante ocho horas bajo el sol por 20 euros al día. Además, aprenderá lo duro que es trabajar como señora de la limpieza. Fregará escaleras y baños por cuatro euros la hora.
Todos los testimonios de la crisis
Samanta descubre las distintas caras de una misma situación. No sólo la de aquellos que fueron fulminantemente despedidos de sus trabajos, sino también la de los que no pueden acceder a los subsidios de desempleo porque sus empresas, que llevan meses sin pagarles, no les despiden. Se encuentran, de la noche a la mañana, sin nada; y a algunos sólo
les cabe aguantar la larga espera hasta el juicio a su empresa. No cobran paro, no han tenido un finiquito... Es la cara más amarga de la crisis. Una terrible sensación de impotencia y desesperación que no les deja vivir.
En esta situación se encuentran ocho compañeros de Andrés, otros trabajadores de una mediana empresa que llevan seis meses en huelga. Samanta conocerá a Toño (29 años) que vive con su mujer Lidia y sus cinco hijos en una casa cedida por su padre. Tuvieron el primer niño con 15 años. Ahora sobreviven como pueden gracias al dinero que les dan sus familias. A pesar de que la madre de Lidia mantiene a su marido y a dos de sus hijos con una pequeña pensión, cuando puede les da algo de comida cuando tienen la nevera vacía. Van ahorrando céntimo a céntimo cuando hacen la compra recorriendo hasta cuatro supermercados distintos buscando los mejores precios.
Samanta también será testigo de la situación de Julián, al que la imposibilidad de encontrar un trabajo y la falta de ingresos le han arrastrado a una profunda depresión, y le han provocado unos insoportables zumbidos en los oídos que no le dejan dormir. "A veces pienso en salir a pasear y no volver nunca, desaparecerme", repite delante de su mujer. Ella intenta convencerle de que ha de levantar cabeza. Julián se siente inútil porque su esposa es la única que lleva dinero a casa después de trabajar limpiando una casa y cocinando unos bizcochos que vende a conocidos.
400 euros: éste es el único dinero que cobra Ramón, gracias a un subsidio por sufrir epilepsia, con el que mantiene a una familia de cinco miembros. Samanta le acompañará en su búsqueda de trabajo diaria. A pesar de su dolencia, camina hasta 20 kilómetros al día (no tiene dinero para el autobús) intentando que algún hotel o restaurante le dé trabajo de cocinero. Lleva seis meses en el paro, tras perder su empleo debido a un ataque epiléptico que le tuvo tres días desaparecido. Su mujer, Laura, tiene miedo de que el estrés y el esfuerzo físico le provoquen a Ramón otra crisis similar, algo que ya le ha ocurrido dos veces en seis meses debido a los nervios. Ella se tiene que quedar en casa cuidando de sus tres hijos: los mellizos de 6 años Sofía y Francisco y Agustina, de 2. El que más cuidado requiere es Francisco. Es autista y necesita una terapia especial que cuesta 200 euros al mes. Hace cuatro meses que no se la pueden pagar y es la propia Laura la que intenta hacerle la terapia. El resto del tiempo lo pasa ingeniándoselas para ahorrar dinero y poder dar de comer a sus hijos. Pasta o arroz con carne (cuando pueden comprarla) para los niños y lo que sobra, si sobra, con una taza de café para ellos.
En Tenerife, como en el resto de España, el paro ha castigado especialmente al sector de la construcción. Es el caso de Jose María (36 años, albañil). Lleva nueve meses en paro. Cuando dejó de poder pagar el alquiler se vio obligado a vivir de okupa durante siete meses. Hasta que le echaron. Se quedó en la calle junto a su mujer, las maletas y unos cuantos muebles. Gracias a que una familia les cedió una habitación no viven en la calle, pero no se resigna a vivir de prestado. Cada mañana se levanta a las cinco de la mañana para sacarse unos euros trabajando de gorrilla. Samanta le acompañará a buscar una cabaña donde vivir en el Barranco Santo, un conjunto de casetas construidas ilegalmente en cuevas hace más de medio siglo en las faldas de un acantilado. Un lugar idílico frente al mar que esconde historias de desesperación, como la de Sole y Alejandro. Ella tiene 26 años y tres hijas. La crisis y el paro le obligaron a separarse de dos de sus hijas que ahora son mantenidas por su madre. Ahora vive en el Barranco Santo con su hija pequeña y con Alejandro, albañil en paro y su actual novio. Allí no pagan alquiler, pero viven con la luz que le da un motor de gasolina y pasan el invierno como pueden, entre charcos de barro.