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"Lost horizon" nos ha dejado claro, por si todavía no habíamos caído en la cuenta, uno de los planteamientos vitales de la serie de Matthew Weiner: le encanta que los personajes vaguen sin un rumbo fijo, perdidos dentro de esa vorágine de sentimientos que mezcla triunfos y decepciones a partes iguales, y siempre con la percepción de una soledad individual como telón de fondo. Don Draper está a punto de estallar ante su nueva situación y decide escapar de una reunión de McCann-Erickson (el momento del capítulo) en un gesto que funciona como una metáfora perfecta de su estado mental actual para así intentar encontrar un nuevo estímulo a su decepcionante vida. Estamos asistiendo a la caída lenta pero constante de un mito que intenta agarrarse al salvavidas más cercano -en este caso al personaje de Diana que era presentado en el episodio 7x08-, pero al que cada vez le quedan menos papeletas para poder salir triunfador de este particular duelo contra si mismo.
La melancolía de Don
Si hay una palabra que pueda definir el estado de Draper es el de melancolía. Desde que la segunda parte de la última y definitiva temporada de 'Mad Men' diera el pistoletazo de salida el pasado 5 de abril la historia de Don es la historia de una caída sin remisión, y la serie aunque eminentemente coral, es en el fondo el relato de su vida, y por extensión del recorrido de una apasionante era -como nos indica el cartel de la 7ª season-, que resultó clave para la configuración de algunos de los valores y rasgos más representativos que existen hoy en día en la sociedad norteamericana, y que proceden en gran parte de esa etapa transcurrida entre la década de los años 50 y de los 70.
El plano con el que Don Draper ve pasar el tiempo de forma irremisible de esa reunión de la que escapa es fantástico: está simbolizado con la estela que deja un avión en el cielo. Parece que va muy poco a poco pero realmente se mueve a una gran velocidad; esa es la vida que Don Draper pretende cambiar -o por lo menos enderezar- y con su huida en plena reunión lo que intenta es ir en búsqueda de lo que ahora mismo es su obsesión: la relación con Diana, que como comentábamos en la recap de "Severance" encarna a su reverso femenino sobre la que siente fuertemente atraído. El entorno dramático en el que se mueve la serie en los últimos capítulos nos conduce sin remisión a un amargo final que descubriremos en apenas una semana.
Betty y Freud
Los libros han sido clave en el desarrollo de la historia de 'Mad Men' ("El infierno", Dante; "Las aventuras de Tom Sawyer", Mark Twain; "La semilla del diablo", Ira Levin...), y en este 7x12 hemos visto una nueva aportación en forma de psicoanálisis, el estudio de un determinado tipo de conducta humana teorizado por Sigmund Freud a finales del siglo XIX. En la escena vemos a Don preguntando por sus hijos en una de las visitas rutinarias a casa de los Francis. Betty, como acostumbra, está relajada en la cocina y aprovecha para leer uno de los textos clásicos de Freud. Las miradas cómplices y el acercamiento físico entre el ex-matrimonio Draper llama la atención, y por primera vez en mucho tiempo tienen un encuentro relajado (aprovechan la circunstancia de estar solos).
La locura transitoria
Otro de los grandes momentos de "Lost horizon" ha sido el protagonizado por Peggy Olson y Roger Sterling. El segundo está de vuelta; no le importa absolutamente nada de lo que sucede ni en McCann, ni en su vida personal y anda como un espíritu libre a la espera de su ocaso definitivo. Peggy por su parte encarna todo lo que Sterling no ansia porque de alguna manera ya lo ha disfrutado. Quiere poder, quiere dinero y por encima de todo quiere reconocimiento; lo que le sucede a la antigua secretaria es que si su situación en S&C era complicada ahora en McCann se plantea mucho peor. Olson intenta reivindicar su puesto y permanece en las ruinas de Sterling and Cooper hasta que su nuevo despacho no esté disponible. Durante esta espera Peggy deambula por las antiguas dependencias que han sido arrasadas mientras va relacionándose con Roger al son de un piano mientras ella desfila patinando por las oficinas en uno de los momentos más surrealistas de la serie, kafkiano incluso (recuerda al de Betty Draper cuando en la primera temporada simulaba disparar a pájaros con una escopeta).
El enfado de Peggy viene derivado de un equívoco, ya que recibe el mismo regalo que el resto de secretarias (de nuevo otra visión de la discriminación sexual imperante en los setenta), y ante esa ofensa ella decide que se mantendrá en S&C hasta que no disponga de un despacho acorde con su categoría. De la misma manera que la visión del paso del tiempo en Don la tenemos a través de la imagen de un avión visto por una ventana -sinónimo de libertad-, la rebelión de Peggy comienza cuando se le derrama un café al suelo y lo contempla durante unos segundos para finalmente no limpiarlo. Se trata de un desafío a su estatus: ella no limpia, ella reclama su posición profesional aunque por en medio haya un cambio drástico que modifica todo lo establecido hasta ese momento.
Lo viejo y lo nuevo
La despedida de la antigua S&C es escrita por Weiner de una manera negra, incluso cruel. Como hemos comentado en los párrafos anteriores Roger se dedica a tocar un piano eléctrico mientras Peggy patina por los diferentes despachos. No hablan pero interactúan entre ellos en una danza que pretende evocar una cierta desobediencia a la situación a la que ambos han llegado, cada uno a su manera y a su estilo. Finalmente cuando Peggy consigue su despacho el travelling de acompañamiento es muy interesante al llegar a McCann: vemos a la señorita Olson caminado con fuerza, segura de sí misma y con una estética que recuerda al movimiento cinematográfico de la Nouvelle Vague francesa mezcla de la femme fatale del cine negro. Además de toda esa atrevida estética vemos que le acompaña uno de los cuadros icónicos de la serie, ese en el que un pulpo practica sexo oral a una mujer y que pertenecía al difunto Bert Cooper. Es otra muestra de reivindicación del pasado, de la rebeldía que pretende proyectar a pesar de que S&C ya no exista.
El papel de Joan
La secundaria explosiva que lucía palmito en la primera temporada ahora es un personaje complejo con muchos matices, y cuya importancia ha ido creciendo paulatinamente al mismo ritmo que la serie. De la misma manera que Peggy, Joan se siente infravalorada y desplazada y no pasará mucho tiempo hasta que también reclame lo que es suyo aunque lo haga mediante otro tipo de tácticas. La escasa empatía que muestran algunos de los trabajadores de McCann respecto a los clientes de las cuentas procedentes de S&C es motivo de conflicto, el cuál se ve acrecentado con el ambiente -de nuevo-, ampliamente machista. De hecho para intentar detener un problema generado con la marca Avon Joan pide ayuda, pero la recibirá en el caso de que acceda a tener una aventura con uno de los dirigentes de la empresa. Este planteamiento no aparece explícitamente en esa escena, pero las miradas y los gestos indican la intención inequívoca de ese directivo. Tras discutir abiertamente con el director de McCann-Erickson éste le ofrece una compensación económica si prefiere abandonar la compañía (sin llegar a la indemnización que Joan pretende).
En lo que va de esta segunda parte de séptima temporada podemos afirmar que el hombre que mejor entiende -y que mejor ha entendido-, a Joan es Richard, ese multimillonario que parece dispuesto a sacarla de cualquier tipo de problemas y que se ha convertido ademas de en su pareja en un confidente que demuestra un gran cariño y deseo hacia ese personaje, y todo parece indicar que acabarán juntos al final de la temporada. Realmente es una versión moderna de la relación intermitente que mantuvo con Roger Sterling en las primeras temporadas de la serie, pero en este caso Richard parece estar dispuesto a comprometerse sin problemas.
La huída de Don
Volvemos a recuperar la escena en la que Don huye en busca de Diana. Por primera vez Draper es consciente del corsé en el que se vive en una multinacional, y tras comprobar la alienación que se respira en esa oficina donde todos se comportan de una manera automatizada sin que ninguno se salga del guión establecido, decide marcharse. Abandona la reunión a la que de alguna manera había accedido tras demostrar delante de Jim Hobart, el jefazo de McCann, que era uno de ellos al presentarse bajo la coletilla de "Don Draper, McCann-Ericsson". Pero el espíritu de Don es indomable, nada en la vida le ha detenido en la búsqueda de su particular felicidad -en muchos momentos alejada de los cánones que entendemos como positivos-, y tras asistir a una revelación casi divina decide levantarse y emprender la marcha hacia esa felicidad conduciendo horas y horas hasta Racine, una ciudad del estado de Wisconsin, donde Diana vivía hace años. Tras conseguir llegar a su domicilio descubre a su ex-marido, al que abandonó tras el fallecimiento de la hija que tuvieron en común. Una vez allí el personaje de Cliff le invita a marcharse y a no volver. El recuerdo de Diana es mostrado bajo una connotación muy negativa, casi de odio (obviamente Don no encuentra a Diana y se marcha de Racine).
En el camino de vuelta Draper recoge a un autoestopista, demostrando una vez más que él se siente más cómodo en ese contexto alternativo, donde el destino incierto que encarna parte de ese espíritu indomable mezcla de dudas y de miedos -que le acompaña en los últimos capítulos- es representado bajo la figura de una persona que viaja sola y sin un objetivo concreto, el autoestopista, que para Don encarna una forma de entender la libertad que desea.
Un capítulo más y la finale
"Lost horizon" nos deja un capítulo que continua explorando los límites de aguante de los personajes; además esos "Horizontes perdidos" ya habían sido mostrados por Matthew Weiner en el capítulo 7x01, cuando podíamos ver a Don viendo en la televisión la adaptación cinematográfica dirigida por Frank Capra en el año 1937 bajo el mismo título.
2 capítulos (aunque es posible que el último tenga una duración extra), para ver la solución definitiva a esos simbólicos horizontes. 'Mad Men' está a punto de despedirse.