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'Juego de Tronos' ha sucumbido a su peor pesadilla: la intrascendencia. Temporada tras temporada, la adaptación de la obra de George R.R. Martin ha incrementado su impacto cultural, al mismo tiempo que ha ido creciendo en escala para cumplir con las expectativas de sus millones de fans. La octava entrega prometía culminar con esa ambición -tanto narrativa como formal- sin precedentes, pero los volantazos de los guionistas han terminado por privar a una de las series más relevantes de la historia de un final digno.
El episodio final, titulado "El Trono de Hierro", ha llegado envuelto en la polémica del abrupto salto de Daenerys a la villanía, que no ha hecho más que desgastar sobremanera a este desenlace, incapaz de mejorar el nivel mostrado a lo largo de las decepcionantes dos últimas temporadas. Tras tomar una decisión tan osada como la de arrasar Desembarco del Rey, David Benioff y D.B. Weiss han optado por una despedida tímida, que descarta la idea de la dictadura de Dany de un plumazo, y mucho más feliz e idílica de lo que cabía esperar tras ese giro hacia la ironía más lúgubre y drástica.Tyrion establece un duelo de miradas con Daenerys
El fin de una era
El capítulo arranca con el dramático paseo de Tyrion por las ruinas de la capital de los Siete Reinos. El personaje interpretado por Peter Dinklage es el hilo conductor de esta despedida, desde su emotivo encuentro con los cadáveres de sus hermanos hasta el momento en el que arroja la insignia de Mano de la Reina ante el inquebrantable gesto de Daenerys. Después, impulsará a un traumatizado Jon a asesinar a la enajenada monarca, que tiene la convicción de "liberar" a todo Poniente. Además, esa discusión entre Tyrion y Jon sirve para intentar justificar de manera forzada los actos de Daenerys desde el punto de vista del guionista, pero sigue quedando la sensación de que ese viraje ha sido demasiado precipitado. De haber contado con más tiempo para desarrollar el giro, se podría haber explotado todo su potencial, pero el escaso número de episodios y la actual tendencia de Benioff y Weiss a las sorpresas vacuas han terminado por condenar al personaje de Emilia Clarke, cuyo destino era previsible.
Antes de poder sentarse en el Trono de Hierro para disfrutar de su victoria, Daenerys ha sido apuñalada por Jon durante un apasionado beso. El que fuera un combatiente y héroe de leyenda ha pasado a ser una marioneta sin peso alguno en toda la octava temporada, despojado de personalidad y de un final a la altura para el destacado rol que ha tenido a lo largo de todo este tiempo. Así finalizaba el ínfimo reinado de la hija del Rey Loco, asesinada por su amante y sobrino. Después de ese momento de hielo, Drogon ha sido el que ha puesto el fuego al quemar el Trono de Hierro con su rugido más doloroso. De esta manera se abría la puerta a esa opción más anárquica que tanto se había comentado, que presentaría un país gobernado por su pueblo, pero la posterior elipsis nos ha presentado una realidad muy diferente.
El último encuentro entre Daenerys y Jon
Simulacro de democracia
Como ya sucediera al final de la séptima temporada, los líderes más relevantes de Poniente se han reunido en Pozo Dragón. En esta ocasión, el gabinete de emergencia tenía que zanjar la amenaza de fragmentación del continente eligiendo a un nuevo monarca. En este ambiente seudocómico, el peso de la decisión se ha concentrado en Tyrion, que ha fijado sus esperanzas en Bran Stark. En su momento, el Cuervo de Tres Ojos rechazó ostentar cualquier poder institucional, pero ahora ha asumido su rol como figura omnisciente y omnipresente de Poniente. Junto a él, Tyrion recupera la insignia de Mano del Rey con el objetivo de componer un gobierno justo, que con el paso del tiempo abra sus puertas a una elección más popular de los gobernantes. Para ello contará en su Consejo con Brienne, Bronn, Sam y Davos, aunque parece ser irrelevante la masacre del millón de personas que poblaban Desembarco del Rey, que debería ser una ciudad inerte a estas alturas.
La otra cara de la moneda es la ocupada por Jon, víctima de la intrincada situación política, que es sentenciado a pasar el resto de sus días en la Guardia de la Noche. Por su parte, Sansa reivindica la independencia de Invernalia y es coronada como Reina del Norte y Arya decide emprender un viaje más allá de las tierras dibujadas en los mapas. Con mayor o menor profundidad, se cierra el arco de la mayoría de personajes, pero ninguno de ellos llega a emocionar ni a generar sentido de épica. La principal causa de lo tibio de estas despedidas es la apatía impuesta por Benioff y Weiss como directores y guionistas, ya que han devaluado a todos aquellos personajes a los que condujeron a la excelencia hace tiempo.
Arya, Bran y Sansa viven sus respectivos finales felices
La decadencia de un fenómeno inmortal
Por mucho debate que pueda generar este final y, por tanto, impacto a nivel social, la intrascendencia narrativa en la que se ha sumido 'Juego de Tronos' es notoria. Lamentablemente, ha pasado de ser un referente televisivo a arrastrar a sus personajes por unos derroteros insostenibles. Siempre nos quedará el recuerdo de seis temporadas extraordinarias, plagadas de diálogos apasionantes y de una épica deslumbrante, pero este cuarto final de la serie será un escollo para sentarla en la mesa de las mejores series de la historia. Donde 'Los Soprano' zanjó con un corte a negro, 'Juego de Tronos' ha dado bandazos con un mar de dudas y fundidos. Donde 'Breaking Bad' culminaba los arcos de sus personajes de manera coherente, 'Juego de Tronos' ha optado por las sorpresas de última hora. Donde 'The Wire' componía una vibrante e idiosincrática secuencia final, 'Juego de Tronos' ha perdido su esencia.