Ni platós inamovibles ni risas enlatadas. Las sitcoms han salido a la calle para descubrir una nueva realidad, tan incierta como imprevisible; para no perder la atención de una generación de fácil distracción. Aunque la fórmula previa, por su escaso riesgo, sigue siendo la opción predilecta de las televisiones generalistas, las plataformas y las cadenas de pago han remado (en ocasiones) hacia el progreso, empleando como remos la inquietud social y la honestidad sin tapujos. De esa travesía han salido a flote un buen puñado de títulos que destacan por haber sido moldeados por autores muy reconocibles, que impregnan de su personalidad cada uno de los recovecos y vericuetos de sus obras.
Como en cualquier otro medio, en televisión resulta complicado hablar de autores únicos, ya que el resultado final depende de multitud de departamentos y aportaciones, pero todas las comedias que vamos a destacar cuentan con una identidad distintiva, cimentada sobre el estilo único de sus creadores (y sus colaboradores más cercanos). De hecho, todas estas ficciones están protagonizadas por sus propios progenitores, singulares jóvenes nacidos entre los ochenta y los noventa, que han volcado en ellas sus experiencias vitales para emocionar y reflexionar a través de la sinceridad.Donald Glover en 'Atlanta' y Phoebe Waller-Bridge en 'Fleabag'
"Creo que puedo ser la voz de mi generación. O, al menos, una voz de una generación"
Hannah Horvath dejó claras sus intenciones con esa frase, a pesar del colocón de opio que llevaba encima. El narcisista alter ego de Lena Dunham expresaba así las pretensiones de su creadora, que dirigió el piloto de 'Girls' en 2011 con tan solo 24 años tras haber encandilado a Judd Apatow y HBO con la película "Tiny Furniture", en la que ya estaba patente la inquietud de enfrentarse al mundo real tras la idealizada época universitaria. Junto a la coshowrunner Jenni Konner, Dunham cumplió su promesa de representar ese inusitado espacio equidistante entre los elevados adolescentes de 'Gossip Girl' y las estilizadas adultas de 'Sexo en Nueva York', moldeando fascinantes e imperfectos personajes femeninos y masculinos. Además, la dramedia de HBO, que se extendió a lo largo de seis temporadas, fue la plataforma de lanzamiento de una fuerza de la naturaleza como Adam Driver, uno de los grandes referentes de una serie que, sin ser un fiel reflejo de la diversidad neoyorkina, fue capaz de crecer año tras año y ser más consciente del mundo que le rodeaba.
Para aquellos espectadores ávidos de valiosas reflexiones sobre cuestiones raciales e injusticias sociales, FX estrenó 'Atlanta' en 2016. Lo que en su momento fue definido como el 'Twin Peaks' de Donald Glover, demostró estar a la altura del inclasificable estilo de David Lynch gracias a su fluido punto de vista, que nos ha brindado una mirada caleidoscópica de la supervivencia de la comunidad negra en Estados Unidos. Con episodios inolvidables, como "B.A.N.", "FUBU", "Teddy Perkins" o "Barbershop", 'Atlanta' se ha hecho fuerte en su narrativa plural, cincelada por Royalty, el colectivo liderado por Glover para expandir el alcance y la profundidad de su obra audiovisual y musical (como Childish Gambino), y en el que también figuran su hermano Stephen y otros cinco creativos de diversas áreas. Todos ellos han compuesto una partitura coral e imprevisible, que, sin dejar de entretener, muestra una dolorosa realidad.
Y si Glover es uno de los torrentes creativos más poderosos de Estados Unidos, al otro lado del Atlántico no nos podemos olvidar de Phoebe Waller-Bridge. De hecho, ambos autores han demostrado el impacto de la generación que lideran al compartir aventuras en la franquicia más mainstream de la cultura popular: "Star Wars". En el caso de la guionista y actriz británica, su gran hito ha sido 'Fleabag', la breve pero indeleble comedia en la que apela directamente al espectador con su tambaleante y enérgica protagonista. Tras una primera temporada más centrada en el trauma, la culpa y la pérdida, la segunda entrega, mucho más redonda, narra una imposible y apasionada historia de amor, ligada a hilarantes tensiones familiares y reflexiones sobre feminidad y feminismo en el contexto contemporáneo.
Ramy Youssef en 'Ramy', Lena Dunham en 'Girls' y Aziz Ansari en 'Master of None'
Del escenario a la pantalla
Al igual que sucedió en su momento con Jerry Seinfeld o Larry David, el stand-up sigue siendo el germen de creadores capaces de traducir sus elocuentes monólogos a ficciones televisivas. Sin ir más lejos, el propio David ha mantenido viva 'Curb Your Enthusiasm' y Ricky Gervais ha seguido indagando en su particular sensibilidad con títulos imprescindibles como 'Derek', pero si tenemos que destacar el papel jugado por un monologuista a lo largo la última década, no podemos dejar de lado a Louis CK. El ahora infame creativo, que admitió en 2017 haber mantenido conductas sexuales inapropiadas, revolucionó el típico concepto de la rutina del cómico al añadir el ingrediente paternofilial y de las bambalinas del mundo del espectáculo en 'Louie', y más adelante el materno en la brillante 'Better Things', en la que participó como cocreador junto a Pamela Adlon. Tal era su deseo de hacer algo diferente que en 2016 llegó a lanzar por su cuenta 'Horace and Pete', un autoproducido experimento en el que jugaba con las reglas de la comedia al imbuirla de tragedias desgarradoras.
Regresando a la generación de Dunham, Waller-Bridge y Glover, en los últimos años hemos podido ver otras tres series indispensables para comprender por qué la comedia ha sido el género más fértil de la década. La primera de ellas es 'Master of None', que, a partir del carisma de Aziz Ansari, también se atreve a mostrar diversos puntos de vista en cuestiones raciales, sexuales, religiosas y, en esencia, culturales. Sin embargo, tanto el actor de 'Parks and Recreation' como su socio creativo, Alan Yang, apuestan por un tono más luminoso, de comedia satisfactoria y deliciosa, alcanzando en la segunda temporada unas cotas insuperables de impacto emocional y exquisitez visual. En la misma línea optimista se mueve 'Ramy', que toma como referencia la experiencia personal de su cocreador y protagonista, Ramy Youssef, como un musulmán estadounidense de primera generación marcado por la oleada racista que despertó el 11-S. Y lejos de mostrar esa perspectiva desde el odio y el rencor, Youssef reivindica la hibridación cultural, aunque eso suponga adelantar la crisis de los treinta a la veintena, que es el momento en el que la ansiedad y las dudas asolan nuestras vidas a día de hoy.
Y por último, hay que sacar a colación el nombre de Bill Hader que, salido de la cantera de 'Saturday Night Live', ha consolidado su estimulante visión creativa y cinematográfica con 'Barry'. Esta dramedia, protagonizada por el propio Hader y cocreada por Alec Berg, también indaga en una crisis de identidad, la de un asesino a sueldo que decide canalizar sus traumas a través del arte dramático. Con sus dos temporadas, 'Barry' se ha convertido en una de las obras más relevantes y atrevidas de HBO, inyectando gags visuales y sonoros, giros de guion dignos de 'Breaking Bad', brutales secuencias de acción y, sobre todo, un humor negro que abraza la oscuridad sin disociarse de su espíritu cómico.
Bill Hader en 'Barry' y Louis C.K. en 'Louie'
La muerte del chiste
Bajo el paraguas de una comedia diferente y más estimulante nos hemos encontrado con otras sorpresas, como la tremendamente original 'Kidding' o las atípicamente románticas 'Love', 'You're the Worst' y 'Catastrophe'. Y si nos fijamos en España, que también cuenta con una dilatada tradición de cómicos y stand-up, 'El fin de la comedia' es la cumbre de una década en la que la ficción patria ha madurado ostensiblemente. El chiste ya no es el objetivo final, sino una herramienta audaz y orgánica que sirve para enriquecer a personajes más complejos, que pueden estar viviendo un drama mientras el espectador presencia una comedia realista y humana.
En definitiva, el surgimiento de esta nueva generación de creadores, que con sus diferentes voces han generado un heterogéneo discurso, ha servido para que la época dorada de la televisión no se disuelva. Y su mayor mérito es haberlo conseguido desde la comedia. Han reconfigurado el género para no tener miedo a casarlo con el drama, desarticulando así las absurdas restricciones que impedían transitar la realidad desde el humor, cuyo valor como espacio de encuentro para acercar posiciones con respecto a todo lo que nos separa es incalculable.