No, no todo está inventado. Entre las grietas de una industria tan fluctuante y rígida como la televisiva, todavía brotan perennes obras de arte con su propia gravedad. Caballos de Troya disfrazados de entretenimiento pasajero de los que, cuando nos descuidamos, emergen valiosas reflexiones sobre el mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos. Y por extraño que pueda parecer en primera instancia, la comedia animada ha sido uno de los géneros que mejor han tallado esas superiores construcciones a lo largo de la década del 2010.
BoJack Horseman observa a un desquiciado Morty
Dentro de ese terreno de experimentación emocional, la gran revelación ha sido Raphael Bob-Waksberg. El creador de 'BoJack Horseman' no solo ha dado forma a una de las mejores series de la historia, sino que ha sentado las bases de un universo en el que la sensibilidad no está reñida con los momentos más hilarantes. Fue en 2014 cuando el autodestructivo caballo llegó a Netflix, cuyo catálogo de originales por aquel entonces no era más que un solar con un par de proyectos de rascacielos. Y a pesar de su poco halagüeño piloto, que no era más que el espejismo de lo que la industria estaba acostumbrada a tolerar, 'BoJack Horseman' no tardó en consolidarse como una de las apuestas televisivas más audaces del panorama contemporáneo, tanto por su inteligente y visual sentido del humor como por su desgarradora reflexión sobre la adicción y la depresión, sin cometer el error de ser indulgente con su protagonista.
La exploración de la casa en ruinas que es el interior de BoJack ha servido para comprender el dolor que puede esconder una carcajada. Pero el valor de la serie no solo reside en el viaje de su protagonista, ya que el elenco de secundarios que le acompaña también atraviesa sus dramas y aventuras personales, siempre desde el prisma del humor más orgánico, y resolviendo por el camino a qué se debe el corte a negro del final de 'Los Soprano'. Afortunadamente, todo esto es parte de un legado mucho más amplio, ya que el equipo de 'BoJack Horseman' nos ha brindado otras dos obras maestras en 2019. La primera es 'Tuca y Bertie', comandada por la mente creativa detrás de los diseños del mundo de la serie matriz, Lisa Hanawalt, que con esta historia de dos jóvenes pájaras ha expresado un estilo artístico más libre que su predecesora, con el que ha reivindicado la expresión de las emociones más profundas y la necesaria unión ante las restricciones patriarcales. Sin embargo, 'Tuca y Bertie' ha sido víctima de un tiempo incorrecto, ya que, a pesar de retratar con una lucidez abrumadora nuestra sociedad, no ha superado el cada vez más elevado corte de Netflix para ganarse la renovación. Y, por último, nos encontramos con la reciente 'Undone', creada a cuatro manos entre Bob-Waksberg y su socia Kate Purdy, que han demostrado que su estilo no se limita a animales parlantes con este viaje astral que rompe estratos emocionales para llegar al epicentro del trauma. Las tres series, con sus particularidades, componen una de las corrientes más estimulantes de la televisión actual y han contribuido a despojar de prejuicios a la comedia animada.
Un pecho de Bertie cobra vida para rebatir al patriarcado
Entre el grito y el silencio
Sin lugar a dudas, la otra piedra angular que ha redefinido el género ha sido 'Rick y Morty'. A partir de referencias tan evidentes como 'Futurama' y "Regreso al futuro", Dan Harmon -que ya nos brindó 'Community'- y Justin Roiland han dado forma a un irresistible fenómeno de masas, que corroe la capa más superficial del humor irreverente para ofrecer aventuras realmente apasionantes. Por encima de todo, la gran hazaña de 'Rick y Morty' es la inesperada profundidad que alcanza cuando se sumerge en el daño emocional de su científico protagonista, y es que la serie de Adult Swim no huye de tocar otros géneros según convenga, haciendo de cada episodio una experiencia diferente, alcanzando en ocasiones la excelencia narrativa en tan solo veinte minutos de metraje.
Sin alejarnos de Cartoon Network nos topamos con otra obra que ejemplifica la gran evolución de las series animadas a lo largo de la década: 'Primal'. Dejando de lado los diálogos, Genndy Tartakovsky sitúa al espectador a lomos de un dinosaurio que entabla una relación de supervivencia con un cavernícola. Ambos seres atraviesan un paralelo proceso de duelo, instensificado por las inclemencias de un mundo en el que los depredadores siempre están al acecho. A partir de esa minimalista premisa, que trasciende a las fronteras de cualquier género, el artista ruso, responsable de títulos tan queridos como 'El laboratorio de Dexter' o 'Samurai Jack', formula una experiencia inmersiva y visceral, demostrando que es imposible entender la ficción televisiva de calidad sin libertad creativa.
El monstruo de las hormonas guía a Missy y Jessi por la pubertad
Para todos los públicos
Además de esas brillantes demostraciones de poderío narrativo, los últimos diez años nos han dejado otras joyas que merece la pena traer a colación. La propia Netflix se ha aferrado al indomable humor de 'Big Mouth' como uno de sus pilares más descarados en el terreno de producción original, llegando a encargar un spin-off que ampliará un universo en el que los tabúes no tienen cabida, y en el que todo adolescente y adulto debería sumergirse para descubrir una visión más obscena de nuestros primeros instintos sexuales. Si rebajamos la temperatura, también hay que destacar 'Bob's Burgers', vestigio de la Fox que se convirtió en referencia de la comedia animada familiar, y series con un cariz más infantil -aunque no por ello menos reivindicables para el público adulto- como 'Hora de aventuras' o 'Star Wars Rebels'.
Desde las profundidades de la galaxia hasta las fugas emocionales de BoJack, la animación ha vivido una odisea de la que merece la pena haber sido testigos. Cada una de las series mencionadas ha aportado un nuevo punto de vista, que han permitido que la homogénea y simple etiqueta de "dibujos animados" quede fragmentada con historias que no tienen miedo a hacernos llorar, y no necesariamente de la risa.