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Cuando Netflix estrenó 'La casa de las flores' en 2018 no era fácil presagiar el fenómeno internacional en el que se acabaría convirtiendo. Todo el mundo cayó rendido a la florería abierta por Manolo Caro, que siempre se había sentido muy vinculado a nuestro país y justo se encontró con que en nuestras fronteras el éxito fue especialmente notorio. Al gigante de streaming le encajaron todas las piezas y los siguientes pasos se encadenaron de forma natural: el mexicano pasó a formar parte de la cantera de creadores de Netflix a través de un acuerdo de exclusividad y su siguiente historia se desarrollaría en España y sería un drama.
Más allá de sus inquietudes como director, esta última fue una decisión inteligente de cara a evitar las tan odiosas comparaciones con una serie como 'La casa de las flores', cuya sombra se empezaba a percibir a-lar-ga-da, que diría Paulina de la Mora con ese inconfundible acento que los fans se encargaron de elevar a la categoría de icono pop. Así nació 'Alguien tiene que morir', una historia que se traslada a la España de los años 50, en uno de los momentos de mayor represión del franquismo.Amparo (Carmen Maura) sume en el terror a toda su familia
Gabino (Alejandro Speitzer) es un joven que regresa a la casa familiar tras varios años viviendo en México. Allí se encuentra con una España sumida en la tristeza, donde su abuela Amparo (Carmen Maura) impone el terror en el hogar. Su padre, Gregorio (Ernesto Alterio), es un directivo de una prisión de mujeres que hace negocios con su mano de obra; mientras su madre, Mina (Cecilia Suárez), se encuentra tan oprimida que hasta ha perdido su acento mexicano natural, un nuevo reto del director que la actriz supera con nota. La llegada de Gabino rompe la tensa paz de la casa, especialmente porque aparece acompañado de Lázaro (Isaac Hernández), un bailarín de ballet.
Racismo, clasismo y homofobia, lo mejor de cada casa
Las sospechas de su padre y su abuela no tardan en surgir: años esperando a que vuelva Gabino y, cuando lo hace, le acompaña otro chico que es mexicano y, además, artista. Manolo Caro aborda de este modo el racismo y el clasismo de aquella sociedad que se creía privilegiada pero en realidad era víctima de los complejos de un país atrasado. No hay que ser muy ávido para percibir rápidamente que también aborda la homofobia, aunque el desarrollo de los acontecimientos no sea exactamente el que se aparenta en un principio.
El director mexicano nos recuerda épocas negras en las que ser homosexual era un delito que se castigaba con cárcel, o peor. Las penas estaban por encima de cualquier vínculo familiar o afectivo que se pudiese tener con el acusado y, en ocasiones, era la propia sociedad la que condenaba antes de que las autoridades pudiesen ponerle una mano encima al susodicho. Con 'Alguien tiene que morir', Manolo Caro nos recuerda que, si bien en nuestra sociedad ningún homosexual es torturado introduciendo cucarachas en su boca ni hay ya prisiones que separan a los gays activos y pasivos, en las sociedades de otros muchos países siguen ocurriendo castigos similares. Más allá de esto, la homofobia que sustenta este tipo de comportamientos sí es algo que permanece latente en el día a día de todo el mundo.
El tiro de pichón, muy presente entre las familias protagonista
Para complementar tan potente planteamiento, el reparto de personajes se completa con Cayetana (Ester Expósito), una niña de papá utilizada como moneda de cambio entre las dos parejas protagonistas. Si nada lo evita, es la futura esposa de Gabino mediante un matrimonio concertado. A Alonso (Carlos Cuevas), su hermano, la llegada del mexicano también altera su rutina y le obliga a enfrentarse a fantasmas que arrastra desde que ambos eran pequeños.
Un fuerte planteamiento de difícil salida
Con semejante elenco de actores y este argumento, las expectativas sobre 'Alguien tiene que morir' no tardaron en dispararse desde su anuncio. La miniserie de Netflix, de hecho, consigue estar a la altura y ofrece dos primeros episodios en los que la aflicción, el miedo y la opresión traspasan la pantalla. El espectador no tarda en querer ayudar a Gabino a ser feliz y casi empuja a Mina hacia la liberación de un marido y una suegra que se retratan como verdaderos monstruos gracias a las siempre impecables actuaciones de Ernesto Alterio y Carmen Maura, que vuelve a hacer uso de esa retranca que le caracteriza.
Manolo Caro y Carmen Maura en el rodaje de 'Alguien tiene que morir'
Ambos, de hecho, tienen una escena final que corta el aire, pero las premisas son tan altas que, por desgracia, su resolución torna complicada. Manolo Caro construye un mundo tortuoso del que no consigue salir indemne y se convierte en víctima de su propio título, 'Alguien tiene que morir'. El director mexicano no termina de acertar con el tiro al pichón que supone su giro al drama y el desenlace de la miniserie tira por tierra lo construido con tanto celo en los dos primeros episodios. Sí, la brutalidad y la injusticia quedan en nuestras retinas, pero ese viraje hacia lo absurdo pierde la oportunidad de prolongar el debate entre los espectadores sobre cómo creemos que nuestra sociedad ha avanzado cuando, en realidad, todavía queda mucho por hacer.
No deja de ser interesante que un director mexicano se atreva con la historia española en una plataforma de alcance internacional mediante realidades que conectan con nuestra actualidad. También que reúna a un reparto que supone una representación intergeneracional de nuestro panorama audiovisual. En ese sentido, 'Alguien tiene que morir' es la perfecta encarnación de la evolución de la industria. De paso, permite ver a los fans de actores como Ester Expósito o Carlos Cuevas en roles a los que no nos tienen acostumbrados. Quizás el fallo sea abrir tantos frentes, algo que de hecho impide desarrollar tramas secundarias como la de Rosario, la doncella a la que da vida Mariola Fuentes.