Las series profesionales son un clásico. Ficciones muchas veces con el simple nombre de una profesión titulándolas que se sitúan en un entorno laboral casi nunca tratado con rigor, puesto que éste es apenas una excusa para que coincidan una serie de personajes y sus tramas personales. Quien se espere encontrarse con algo así al ver 'Antidisturbios' no sabe a qué se está enfrentando. La serie creada por Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen para Movistar+ sale de esos lugares comunes y se propone no sólo sumergirse de una forma realista en los cuerpos policiales que dan nombre a la serie a través de sus personajes, sino también reflejar su posición y función en una organización social que, de paso, se evidencia corrupta e injusta.
Los protagonistas de 'Antidisturbios' con su furgón
El punto de partida de todo esto es un desahucio, una de las labores más impopulares acometidas por las Unidades de Intervención Policial. El grupo protagonista, el Puma 93, es mandado sin refuerzos a expulsar a una familia de su hogar cuando se encuentra con una plataforma de activistas que trata de pararlos. La acción se complica de forma inesperada, dando lugar a unas consecuencias que persiguen para siempre al grupo, acusado de usar desproporcionadamente la fuerza. Para determinar esto se inicia una investigación en la que se implica la agente de Asuntos Internos Laia Urquijo (Vicky Luengo), que, gracias a su obstinación, descubre que tras los hechos hay mucho más de lo que parece en un principio.
Verdades como porras
Raúl Arévalo caracterizado como López recibiendo instrucciones de Rodrigo Sorogoyen en 'Antidisturbios'
Lo primero que salta a la vista en 'Antidisturbios' es su aproximación realista, lograda gracias a una dirección inmersiva que ya es marca de la casa de Rodrigo Sorogoyen. El nominado a un Oscar dirige con pulso todos los episodios, con ayuda puntual de Borja Soler, proponiéndose que en cada momento sientas lo mismo que sus personajes y lográndolo a cada minuto. Es imposible no alabar la maestría con que se conduce la cámara, con parquedad y naturalismo, pero sin dejar de lado detalles artísticos. En este sentido, destaca el uso del plano secuencia que tanto gusta al director en los dos episodios finales. Especialmente el último, que sirve como un resumen espiritual de toda la serie y que cuenta con unas soberbias actuaciones.
Aparte de en la dirección, el realismo de este relato se logra también desde el guion. Y no sólo en los procedimientos policiales, que se despojan aquí de la simplificación y romantización que tienen en otras ficciones, sino también en detalles que contextualizan la acción en la España contemporánea. La actualidad que rodea a sus personajes, salpicada de noticias recientes, empapa también una trama en la que se habla de problemas de hoy en día como la corrupción o la gentrificación, con la aparición estelar del sosias de uno de los personajes reales más siniestros y fascinantes de las llamadas "cloacas del Estado". Esto, que por un lado ayuda a que los mensajes que se lanzan desde la serie tengan un halo de veracidad, también afecta a que la trama de investigación que lleva a cabo el personaje de Laia sea un poco predecible. A poco que sepas de estos temas de actualidad, te van a deparar pocas sorpresas las revelaciones que va haciendo la agente de Asuntos Internos.
Agentes y actores de élite
No obstante, esa trama detectivesca, aunque sirve de esqueleto a la historia, no tiene tanta importancia como los personajes que se desarrollan, que conforman un mosaico en panorámico de este subgrupo policial cuya realización supone el auténtico objetivo de la serie. Vicky Luengo encarna con personalidad y carácter a una más que convincente Laia, que desde su concepción está creada para ser una linterna apuntada contra las partes más oscuras del sistema, dejando al descubierto sus fallas y, en última instancia, reflejándolas. Eso sí, pese a ser el personaje central de la serie, no se la trata con la misma fascinación que al grupo de policías que son diseccionados como un objeto de estudio tanto por la investigadora como por la cámara.
El elenco de 'Antidisturbios' con Rodrigo Sorogoyen en el centro
Los integrantes del Puma 93 son justo lo que te puedes esperar de unos antidisturbios: agresivos, testosterónicos, fieles, prejuiciosos y diligentes. La ficción no trata de embarcarse en una lucha forzada por desmontar esos tópicos sobre el cuerpo, pero tampoco se queda en un refuerzo simplista de los mismos. Se nos muestra lo que hay al despojar a estos hombres de su porra y su casco. Nunca dejan de ser todo lo que parecen, pero también tienen, a su manera, un sentido de la nobleza y una sensibilidad a la violencia que les rodea. En este sentido, la serie hace un esfuerzo por humanizar a estos profesionales, que no es lo mismo que dulcificarlos. Una función para la que sí es útil la trama de investigación y las corruptelas que Laia descubre, que ubican a los antidisturbios en su justo lugar dentro de la organización social de un sistema que se muestra fallido en la distribución de la justicia. Es imposible que el espectador olvide el duro enfrentamiento del primer y espectacular episodio, en donde se produce el desahucio, y esto puede posicionarlo en contra de los protagonistas con facilidad. Sin embargo, las revelaciones posteriores contextualizan estas escenas como lo que son: una enfrentamiento entre obreros orquestado por poderes muy superiores a ellos.
Los elegidos para dar vida a este grupo de élite son Hovik Keuchkerian, Raúl Arévalo, Roberto Álamo, Patrick Criado, Álex García y Raúl Prieto. Todos interpretan sus roles de forma excepcional, cada uno con sus momentos reservados para lucirse. Muchos de estos momentos los acapara Raúl Arévalo, cuyo papel como López tiene un lugar destacado en la historia, pero también sobresalen por méritos propios Hovik Keuchkerian, con su paternal carisma al interpretar a Osorio; o el macarra de gatillo fácil de Murillo, al que da vida Patrick Criado.
El monopolio policial de la violencia, a examen
Una actuación del grupo Puma 93 en 'Antidisturbios'
Dentro de ese grupo, Roberto Álamo puede no ser el que más destaca, pese a que no hace para nada un mal papel, pero su personaje, Úbeda, pone de relevancia uno de los temas centrales de la serie, como es el de la violencia. Al final, los antidisturbios no dejan de ser profesionales de esta disciplina, y por ello las escenas violentas no se hacen esperar, mostrándonos una perspectiva sobre la acción inusual para una ficción. Habitualmente pasada por un filtro de espectacularidad, la violencia suele distorsionarse al ser mostrada en lo audiovisual, mientras que esta producción nos propone enfrentarnos a toda su dureza sin disimulos pero sin exageraciones, dando lugar a una experiencia desagradable que resulta extraña, pero a la par refrescante e incluso necesaria.
Aunque todos los personajes están atravesados por esta violencia de una forma u otra, e incluso su forma de relacionarse cotidianamente esté afectada por ello, es el personaje de Úbeda, como ya se ha indicado, el que muestra de forma más directa sus consecuencias. Roberto Álamo ya inspiró toda la serie con su personaje en la película "Que Dios nos perdone" a los mandos del mismo director, y ahora da vida a este padre de familia atormentado que acaba siendo víctima de la violencia que él mismo emplea de varias formas a lo largo de los episodios. Aunque de todos los demás se podrían realizar observaciones similares, su historia es la que más inspira a reflexionar sobre las repercusiones que tiene su actividad no sólo de cara a la sociedad, sino a ellos mismos.
Camino a ninguna parte
No obstante, la trama de Úbeda no tiene un final claro. Del mismo modo, quedan prácticamente abiertas otras como la que implica al aterrador Bermejo (Raúl Prieto) o a la vida sentimental de Laia. Aunque parezca imposible para una miniserie de apenas 6 episodios, lo cierto es que hay algunas digresiones de la trama que se antojan algo innecesarias, especialmente en torno a los capítulos 4 y 5. Sólo alguna trama muy secundaria queda totalmente cerrada, aparte de la detectivesca que centraliza la serie que, a pesar de su ya mencionada previsibilidad en su recorrido, tiene un final notable y de tono agridulce, muy acorde al conjunto.
Álex García es el agente Parra en 'Antidisturbios'
No parece que sea una torpeza del guion, realizado por los creadores junto a Eduardo Villanueva, que estas tramas inconclusas nunca lleguen a constituir una historia. Más bien nunca tuvieron la intención de serlo, ya que lo que buscan esas escenas es añadir más capas en la construcción de personajes que dan lugar a la foto de grupo que pretende la serie. Ahora bien, teniendo eso en cuenta, es normal que resulte frustrante para el espectador que hacia la mitad se diversifique la atención en varias direcciones sin que ello conduzca a ningún desenlace claro.
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A pesar de esa inconsistencia en sus argumentos, 'Antidisturbios' no deja de ser una maravilla técnica de interpretaciones y dirección que consigue dibujar con realismo un recomendable retrato humano de la Unidad de Intervención Policial. Un retrato que no excluye, y de hecho expone, lo negativo, pero que al tiempo no demoniza a sus protagonistas, porque no son ni mucho menos el engranaje más pernicioso del sistema que se critica, sólo el más expuesto. Aunque, como se encarga de recordar en la serie uno de sus secundarios más insidiosos, también resulta necesario para ese sistema.