'BoJack Horseman' siempre ha ido un paso más allá, y su final no ha sacrificado ese espíritu inconformista. Tras perder la confianza de Netflix, que optó por cancelarla con una sexta entrega más larga de lo habitual y dividida en dos bloques, la obra maestra de Raphael Bob-Waksberg ha aprovechado su desenlace para culminar las valiosas y significativas reflexiones que tanto resuenan en nuestro día a día. Porque, ante todo, 'BoJack Horseman' es un estudio emocional y psicológico, abrazado a una mordaz sátira de las incongruencias de la industria del entretenimiento, cuyo mayor acierto ha sido negarle explícitamente a su problemático protagonista la despedida que deseaba.
Herb inmortaliza a BoJack
A diferencia del resto de temporadas, que alternaban las espirales autodestructivas de BoJack con proyectos profesionales como "Secretariat", 'Philbert' o la película de turno de Quentin Tarantulino, esta clausura está centrada íntegramente en el mayor desafío imaginable para el protagonista de 'Horsin' Around': cubrir su fuga emocional para alcanzar la felicidad. Sin embargo, el pasado de BoJack está plagado de agujeros negros de los que no puede escapar, como subraya la remodelada cabecera, en la que Herb, Sarah Lynn y Beatrice y espacios vitales como Tesuque, Michigan o el fondo marino recuerdan sistemáticamente los errores y los traumas que han marcado la vida del caballo parlante. No se puede edulcorar ese doloroso bagaje, al igual que no se puede victimizar a BoJack restando importancia a sus nocivos actos, por lo que la serie le brinda la oportunidad de empezar de cero, con el inevitable castigo definitivo esperándole a la vuelta de la esquina.
El personaje doblado por Will Arnett arranca la temporada en una clínica de desintoxicación, donde consigue amasar la suficiente paz interior como para abandonar los excesos de Hollywoo. Arranca así una nueva etapa como profesor universitario en Connecticut, cerca de su hermanastra Hollyhock y aparentemente lejos de los vicios que amenazaban con destruirle. De hecho, hasta logra ser un modelo a seguir para sus alumnos de arte dramático, dejando atrás aquella época en la que trataba de agotar el vacío a base de alcohol y drogas. Pero, por mucho que se disimulen, las grietas siguen estando ahí. Poco a poco, los errores cometidos a lo largo de su atormentada existencia regresan para ponerle a prueba, para comprobar si realmente es capaz de reconocer su culpa y despojarse de sus privilegios, o si sigue siendo el mismo egoísta ahogado en una piscina de autocompasión.
Aquí entra en juego la valentía de Bob-Waksberg y su equipo, que, en la era hegemónica del antihéroe, han conseguido deconstruir la masculinidad tóxica imperante en nuestra sociedad, sin dejarse absorber por el punto de vista de su protagonista. Y es que 'BoJack Horseman' siempre ha sido mucho más que el, ya de por sí apasionante, relato de BoJack Horseman, empujando a los personajes secundarios a explorar sus propias inquietudes. Esa democratización, resultado de años de desarrollo emocional de Diane, Princess Carolyn y Todd y, en menor medida, de Mr. Peanutbutter, es lo que redondea un final consecuente, agridulce, polisémico y diverso.
Diane, Todd y Princess Carolyn se reúnen de nuevo
La vida te jode, ¿y se acaba?
A lo largo de los dieciséis últimos episodios, la contraposición entre Diane y BoJack, que afrontan la depresión y el pánico existencial de maneras distintas, estalla la burbuja de egocentrismo en la que la mayoría de producciones seriadas suelen encerrarse para dar un final impactante a su antihéroe protagonista. De la misma manera, 'BoJack Horseman' rechaza el manido arco de redención que nos ha sido inculcado desde la elevada y fingida moral de los blockbusters, de la que Kylo Ren ha sido la última víctima. Habría sido incoherente barrer la descomposición moral explorada durante años o darle un adiós grandilocuente a BoJack, ya que, como reflexionaba el sabio poeta japonés al final de "Paterson", sería como ducharnos con el impermeable puesto, así que Bob-Waksberg se mantiene fiel a su estilo y nos obliga a desnudarnos antes de entrar.
La marea emocional que nos espera dentro toca techo y fondo en el penúltimo episodio, "Las vistas desde mitad de la caída", una obra de arte que empuja los límites de la televisión como antes lo hicieran 'Los Soprano' o 'Perdidos'. De esos dos títulos toma elementos evidentes, desde el comatoso delirio de Tony al purgatorio de los supervivientes del vuelo 815, pero en todo momento golpea con su particular personalidad, que tantas veces nos ha hecho viajar hasta lo más profundo de los grandes interrogantes metafísicos. En esta ocasión esas cuestiones no están en el subtexto, sino que se sirven en el menú de una fiesta que repasa abiertamente la muerte, el arrepentimiento y enquistamiento de los traumas, componiendo una experiencia dolorosa, emotiva y perenne, que queda sublimada a través de una composición artística tan lúgubre como colorida, como la vida. Y aun así, 'BoJack Horseman' no termina en esta excelente cima, todavía le quedaba una última lección por dar.
BoJack se asoma al abismo
El sonido del silencio
Tras sentir en el pecho la presión del vacío entre los créditos del penúltimo y el último episodio, 'BoJack Horseman' procede a despedirse con una sensibilidad que no descuida a uno solo de sus personajes. Una vez más, BoJack es el hilo conductor, que alcanza mayor longitud al anudarse a sus amigos. Cada uno de ellos goza de la oportunidad de despedirse en sus propios términos, aunque eso marque una distancia con el protagonista. Lo importante no es que BoJack sea feliz a toda costa en detrimento de la autorrealización de Todd, Diane y Princess Carolyn, sino que aquellos que le han ayudado durante todos estos años sean capaces de volar libres.
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Ahora sí, llegamos al final definitivo. Como hiciera "Boyhood" con aquel espontáneo plano final en el que era imposible no sumergirse, 'BoJack Horseman' juega con el momento, en lugar de con la violencia purgadora o la incertidumbre. Durante unos incómodos segundos finales respiramos la última asfixia de BoJack, conscientes de que hay salida, pero para descubrirla primero hay que aprender a convivir con uno mismo.