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¿Qué puede hacer una serie cuando ya ha alcanzado su éxtasis más pleno en la primera temporada? 'Cardo' tiene la respuesta: pasar página.
La serie de Atresplayer Premium, que nos atrapó en su vendaval desde que la vimos en San Sebastián, vio recompensado su atrevimiento con un par de premios Feroz, el Ondas y, sobre todo, con una temprana renovación. Por tanto, la historia de María, una autodestructiva millennial incapaz de encontrar su lugar en el mundo, iba a continuar con una segunda temporada que, si se mantenía fiel a su predecesora, debía romper el molde para sorprendernos otra vez. Y así ha sido.Los seis nuevos episodios salen del bucle de cocaína y sexo de la primera entrega, a lo largo de la cual el personaje de Ana Rujas se escondía en la oscuridad de cualquier fiesta para camuflar sus sombras. En esta ocasión, la huida sigue estando en el núcleo de la serie, solo que ahora la idea de no encajar se explora de una manera aún más madura al hablar de la reinserción de María, que ha pasado los últimos tres años en la cárcel.
Ana Rujas en 'Cardo'
De lo sucedido durante esa elipsis se nos dan unas pocas pinceladas, pero lo verdaderamente importante es la realidad de María una vez queda en libertad. Marcada por una nueva adicción y una devoción religiosa más intensa que nunca, la joven abraza la filosofía de Santa Teresa de Jesús para asumir una misión que, además de otorgarle un propósito, le permite rehuir de sus propios conflictos una vez más.
Nada más pisar la calle, su meta es reconectar a su mejor amiga de la cárcel con la hija adolescente que no quiere saber nada de ella. De esta manera, María se convierte en una misionera entregada a la causa del amor maternofilial. Sin embargo, esa fijación tan encomiable se torna en algo obsesivo, que evidencia las miserias y carencias que inevitablemente se agolpan en alguien que trata de resolver la vida de otra persona antes de afrontar sus propios problemas.
Ana Rujas en 'Cardo'
Cambio de marcha
Donde se aprecia la principal diferencia con respecto a la primera tanda es en la forma en la que María gestiona las adversidades. En vez de estallar ante cada muestra de desprecio de un mundo totalmente cambiado (al menos desde su perspectiva postcarcelaria), la protagonista encaja golpes estoicamente, sobre todo durante los tres primeros episodios. De ahí en adelante, puede haber algún ademán de volver al pasado, pero en líneas generales la actitud de María es bastante diferente, y eso se manifiesta también en la forma en la que la serie se presenta al público.
En la primera temporada, el frenesí que devoraba a María daba lugar a una serie más acelerada y que no paraba de estimularnos. En cambio, la segunda no nos envuelve en llamas inmediatamente, sino que nos va quemando poco a poco con una valiosa reflexión sobre la soledad que sientes al quedarte atrás y también acerca de las segundas oportunidades.
Así pues, 'Cardo' se convierte en una serie relativamente diferente, que rompe consigo misma, pero que en espíritu sigue siendo similar, ya que la original proyección del mundo interior de María vuelve a ser un elemento indispensable. Los subtítulos nos acribillan de nuevo, demostrando el contraste entre las palabras y los pensamientos, y abriéndonos una pequeña puerta a la mente de un personaje tan errático como atractivo.
Además, esos juegos formales se intensifican con nuevas fórmulas, como la exhibida en un tercer capítulo que materializa esa sensación de "sentirse en una película". Y es que ahí radica el poderío de la serie, en su habilidad para hacer tangibles los miedos y los deseos, las pesadillas y los sueños, al mismo tiempo que confía lo suficiente en nuestra inteligencia como para dar margen para interpretar aquello que está sucediendo.
Haciendo gala de esa renovación formal y argumental, sostenida sobre unos cimientos reconocibles, 'Cardo' vuelve a arriesgarse y a proporcionarnos dos horas milagrosas de ficción. Quizá esta segunda temporada no sorprenda tanto como su antecesora y golpeé con menos contundencia de primeras, pero eso no quita que sigamos ante una experiencia catártica, honesta y libre que, gracias a su osadía incansable, mantiene viva nuestra fe en la televisión.