Lo cotidiano no solo nos acompaña en nuestra existencia diaria, sino que también ha sido reformulado como entretenimiento por autores capaces de hacer de la rutina un eje apasionante. En nuestro país, esa habilidad por convertir lo ordinario en fascinante alcanzó una nueva latitud con 'El fin de la comedia', que, tomando como referencia la vida del humorista Ignatius Farray, diseccionaba situaciones excepcionales y corrientes a través del transparente prisma de lo prosaico. De hecho, la segunda temporada de la ficción de Comedy Central llegó a ser nominada al Emmy Internacional, poniendo en el mapa internacional a Miguel Esteban y Raúl Navarro, sus dos principales arquitectos junto al cómico canario. Con ese crédito, y otros tantos méritos, resulta complicado imaginarse a una pareja más cualificada para adaptar "El vecino", una de las obras de culto del cómic español contemporáneo, cuya serie finalmente aterrizará en Netflix el 31 de diciembre.
Titán se toma un respiro en 'El vecino'
Y efectivamente, así es. Esteban y Navarro parecen vibrar en la misma longitud de onda que Santiago García, creador de los cómics junto al dibujante Pepo Pérez, durante los dos primeros capítulos de la ficción original de la plataforma de streaming. La premisa es la misma: José Ramón (Adrián Pino) llega a la ciudad para prepararse unas oposiciones con las que encontrar estabilidad en su vida, pero tendrá que compaginar los estudios con su tarea de escudero de Titán, el alter ego superheroico de su vecino Javier (Quim Gutiérrez). No obstante, el tono no salta en ningún momento al de película desenfrenada de acción, sino que se mantiene fiel a la esencia del tímido opositor.
Esa apuesta total por el costumbrismo, no exenta de la aplicación de orgánicos efectos visuales, es al mismo tiempo el principal atractivo y la posible fuente de rechazo de la serie de Netflix, cuyo arranque cuenta con un ritmo ágil, pero en ningún caso trepidante o especialmente estimulante. Se trata de un caso similar al de 'Justo antes de Cristo', la comedia de Movistar+ ambientada en una legión romana, en la que el apoyo en la cotidianidad también bailaba entre el humor espontáneo y la indiferencia. Ambas ficciones tienen en común la implicación de Nacho Vigalondo ("Los cronocrímenes", "Colossal") como director. En 'El vecino', el cineasta cántabro, uno de los más influyentes de la actual generación, deja su impronta en los dos primeros capítulos, definiendo la estética sin olvidarse de fetiches como la espirituosa música de Joe Crepúsculo.
Adrián Pino y Quim Gutiérrez en 'El vecino'
Ampliando el barrio
El universo de los cómics no tarda en expandirse en el salto a la pantalla, con la inclusión de personajes originales y nuevas tramas, con las que se trata de actualizar el espíritu de la obra original, que comenzó a publicarse en 2004, sin traicionarlo. La principal de esas renovaciones es el incremento de peso narrativo de los personajes femeninos. Mientras que Javier y José Ramón componen la dupla protagonista, Lola (Clara Lago) y Julia (Catalina Sopelana) integran un tándem igual de carismático y desenfadado que su contraparte masculino. Además, sobre los hombros de Lola, una periodista que entra en la vorágine de las redes sociales para ganar popularidad y no perder su trabajo, recae la responsabilidad social de la que quiere presumir la serie, que no tarda en centrar su denuncia en la plaga de las casas de apuestas.
Todavía está por ver hasta qué punto se moja la serie en estos terrenos movedizos, pero es de agradecer que Lola adquiera voz propia y no sea un mero resorte de Javier, que sería la opción predilecta en la mayoría de producciones de superhéroes. Porque al fin y al cabo lo que hace especial a 'El vecino' es que no vemos las hazañas de Titán, sino sus dificultades para asumir el código de honor superheroico. Por eso no hay momentos grandilocuentes ni una pretensión desbocada, sino un fondo sencillo, aunque quizá en exceso.
Catalina Sopelana y Clara Lago en 'El vecino'
Realismo millennial
A pesar de todo el talento implicado en ella, 'El vecino' no destaca como un producto especialmente innovador u original, aunque su calmado planteamiento y su inmersión en las preocupaciones de la generación millennial (inestabilidad laboral, dificultad para encontrar un hogar decente, sensación de incertidumbre...) inviten a seguir viéndola para descubrir cómo se desenvuelve la trama. No es la serie más adictiva o atractiva de Netflix, pero sí que aprovecha el hábito de consumo maratoniano de la plataforma para no precipitarse ni excederse de manera innecesaria.
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