Uno de los retos más importantes del feminismo moderno es realizar historiografía de la mujer, rebuscar en los pasajes deliberadamente ocultos de la historia aquellas figuras femeninas destacables que nunca se han valorizado lo suficiente. En el mundo del ajedrez, que tanta importancia adquirió durante la Guerra Fría por el orgullo con el que se imponían los soviéticos, las mujeres fueron tradicionalmente relegadas a jugar contra otras mujeres, siendo sus incursiones contra varones escasas. Así, aunque existieron en esos primeros tres cuartos del siglo XX mujeres ajedrecistas más que notables, hay que sumergirse en el terreno de la ficción para pensar en lo que habría ocurrido si alguna se hubiese atrevido a desafiar a los maestros masculinos. Esto es lo que propone 'Gambito de dama', la serie de Netflix creada por Allan Scott y Scott Frank, en la que éste último se encarga del guion y la dirección.
Anya Taylor-Joy es la prodigiosa Beth Harmon en 'Gambito de dama'
Batallas de tablero
La decisiva partida Harmon-Borgov en 'Gambito de dama'
En este sentido, merece una mención especial la dirección, que consigue hacer que las partidas de ajedrez tengan un ritmo y una emoción que difícilmente podríamos encontrar en el mundo real. A través de planos de los actores, de la posición de la cámara y de la intensidad con que se narra cada desplazamiento de pieza, hasta quien no conozca las normas puede sentir el pulso mental que están llevando a cabo los jugadores e implicarse en los vaivenes de cada jugada. Un logro que sorprenderá a muchos, y que se suma a una labor de dirección muy encomiable que da una cadencia adictiva a esta miniserie de episodios de una hora. Gran parte de la responsabilidad de ello es de las abundantes secuencias de montaje que hay a lo largo de los capítulos. Para las partidas, para reflejar duros entrenamientos, para mostrarnos los ratos muertos de Beth mientras viaja por el mundo o en cualquier momento puede aparecer una secuencia de montaje que nos haga viajar hacia los años 60 con una selección musical de primera.
Cumpliendo con lo previsto
Beth y Townes, Anya Taylor-Joy y Jacob Fortune-Lloyd, en 'Gambito de dama'
El momento en el que la serie más se sale de estos esquemas prefabricados es en el tratamiento del feminismo, desmarcándose de otras historias que podrían resultar más panfletarias o superficiales al tratarlo. Por supuesto, se tiene que abordar el tema de que Beth es una mujer en un mundo masculino, y todo lo revolucionario y rupturista que acompaña a esto, pero no se centra simplemente en ello, y de hecho huye de convertirlo en un tema principal. Es más relevante mostrar el valor de la propia Beth en sí misma, sin tener en cuenta un contexto machista que, por supuesto, contribuye también a la formación de su personalidad desafiante, competitiva y altiva.
Una maternidad de grises en un tablero en blanco y negro
Hablando del feminismo en 'Gambito de dama', es imposible esquivar el tema de la sororidad, que se trata a través de varias relaciones que tiene Beth en la serie. Es muy tierno cómo se hace con su amiga Jolene, interpretada por Moses Ingram, aunque es algo simplista y conveniente a la trama. Mucho más interesante para explorar este tema es la relación de Beth y su madre adoptiva Alma, a la que da vida Marielle Heller. Se trata de una maternidad que se muestra muy humana por su complejidad y que aporta una frescura rara en este guion. Partiendo de una distancia fría y casi hostil, estas dos mujeres rotas van aprendiendo a apoyarse la una en la otra, sin obviar la conveniencia que las ha unido y la irremediable diferencia de carácter que las separa, y que al tiempo las influye mutuamente.
Es por ello que el personaje protagonista resulta mucho más interesante según va avanzando la serie y esta relación tan determinante impacta en su vida. También Anya Taylor-Joy se siente más cómoda y está más aprovechada hacia la parte final, aunque sin duda también interpreta correctamente el papel de la fría y orgullosa Beth de los primeros capítulos. Ocurre que este personaje en sus inicios se mueve por esos territorios más convencionales y adolece de un tono caricaturesco que afecta de forma general a todos los personajes en su caracterización.
También le pasa al Benny Watts de Thomas Brodie-Sangster o a Christiane Seidel en su papel como la señorita Deardoff, entre otros muchos, que son personajes que tienen unos rasgos físicos muy particulares y acentuados que los hacen destacar por excéntricos. Seguramente esto se deba a que se han recogido las descripciones del libro original de Walter Tevis de una forma muy ostentosa. Se podría haber hecho de otro modo y habría chocado menos, teniendo en cuenta que se trata de una obra de corte realista y con una ambientación histórica, pero también contribuye a construir un universo particular para la narración que los personajes sean tan identificables.
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Un jaque al aburrimiento
Y, si es verdad que Netflix no propone algo argumentalmente novedoso con esta serie, sí que consigue un tono propio y tiene su originalidad a la hora de reflejar el mundillo del ajedrez, sin proponerse su veracidad. El modo de narrar consigue acaparar más interés que lo narrado, que se ciñe a un esquema ya visto, pero sólo con ese logro ya consigue ser adictiva y transmitir unas sensaciones impensables en una serie de este tipo. Puede que no suponga una revolución en ningún apartado, pero la confluencia de la reivindicación, la realidad, histórica, los tiernos e identificables personajes, la dirección emocionante y la extraña atracción de los escenarios mostrados ya basta para dar lugar a un producto más que eficiente a la hora de entretener.