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¿Tiene sentido 'Homecoming' sin Julia Roberts y Sam Esmail? La renovación de la ficción original de Amazon Prime Video fue acompañada del abandono de sus dos pilares más robustos, que han permanecido en los créditos de la serie con el testimonial título de productores ejecutivos. Sin embargo, en los nuevos episodios no ha quedado más que su legado, que no es poco, cediéndole el testigo a Janelle Monáe y Kyle Patrick Alvarez delante y detrás de las cámaras, respectivamente. Ambos han cumplido con creces a la hora de llenar esos inmensos vacíos en una segunda temporada tan continuista como atractiva, que vuelve a jugar con las presuposiciones del espectador en una travesía cargada de hipnóticas intrigas.
Janelle Monáe amanece amnésica en una barca
A pesar de querer presentarse con un lavado de cara con ese inicio centrado en Monáe, la serie no huye de su pasado. La renovada protagonista no tarda en conectar con Geist, la opaca compañía que gestionaba el programa Homecoming, el cual consistía en proporcionar dosis de una rojiza sustancia a veteranos de guerra para aplacar su síndrome postraumático y hacer apetecible la idea de volver al campo de batalla. Las acciones de Heidi desbarataron esa descabellada iniciativa, pero Geist está buscando nuevas formas de ofrecer su producto al gran público. Ahí es donde entran en juego personajes ya conocidos, como Audrey (Hong Chau), que salta de un rol secundario a protagonista con todas las letras, y otros recién llegados, como Leonard (Chris Cooper), el relegado dueño de la corporación, y Bunda (Joan Cusack), representante del Pentágono. Además, Stephan James regresa para dar vida a Walter, que, al igual que el personaje de Monáe, tratará de buscar respuestas a las lagunas que inundan su memoria.
Chris Cooper cuida de sus valiosos cultivos
Rompiendo la simulación
A diferencia de la mayoría de series, que emplean la cámara de manera convencional para no expulsar al espectador de una narrativa igual de tradicional, en 'Homecoming' la experimentación es el principal valor añadido. Si en la primera temporada Esmail se dejaba llevar por las instalaciones del programa Homecoming, en esta nueva entrega es la arquitectura del edificio de Geist, desde la cabaña y la plantación de Leonard a los envolventes pasillos del edificio principal, la que fascina a Kyle Patrick Alvarez, que abraza el estilo del creador de 'Mr. Robot' sin miedo a dejarse llevar, brindando planos para enmarcar. El cineasta, impulsado por la impecable ambientación sonora y un montaje quirúrgico, diseña una atmósfera de farsa que justifica la libertad de la cámara, y que concuerda con el conflicto de algunos personajes, conscientes de que son peones de un thriller que rige sus vidas.
Al igual que en la tanda anterior, es probable que el envoltorio sea más estimulante que el contenido, por lo que el impacto depende, mucho más que en el resto de ficciones, de que el espectador se sumerja en este relato a veces absurdo y otras claustrofóbico, pero que en todo caso acierta al zafarse de la jaula del realismo. Aun así, el principal problema de la segunda temporada no es esa imprescindible inmersión, sino que su predecesora ya tocó todos los acordes que se reproducen una vez más ahora. Alvarez atina con sus decisiones a partir de los guiones supervisados por Micah Bloomberg y Eli Horowitz -creadores del podcast en el que se basa la serie-, que extienden la historia sin romper con lo establecido para construir y experimentar algo nuevo. Por lo tanto, tras una primera entrega redonda, se nos abre la puerta a estos siete episodios que se quedan a medio camino entre el epílogo y la secuela, captando una vez más la fascinante esencia extraída por Esmail, pero agotando una fórmula que no debería explotarse en el futuro sin renovarse de una manera más radical.