¿Tiene sentido 'Homecoming' sin Julia Roberts y Sam Esmail? La renovación de la ficción original de Amazon Prime Video fue acompañada del abandono de sus dos pilares más robustos, que han permanecido en los créditos de la serie con el testimonial título de productores ejecutivos. Sin embargo, en los nuevos episodios no ha quedado más que su legado, que no es poco, cediéndole el testigo a Janelle Monáe y Kyle Patrick Alvarez delante y detrás de las cámaras, respectivamente. Ambos han cumplido con creces a la hora de llenar esos inmensos vacíos en una segunda temporada tan continuista como atractiva, que vuelve a jugar con las presuposiciones del espectador en una travesía cargada de hipnóticas intrigas.
Janelle Monáe amanece amnésica en una barca
La segunda temporada arranca, más o menos, donde lo dejó la primera, aunque el cierre de aquella ya solo se sienta como el final del arco de Heidi (Roberts), a cuyo desvanecimiento no se le da ninguna importancia. En la primera escena, nos topamos con el enigmático personaje de Monáe tendido en una barca que atraviesa solitaria un apartado lago. Al abrir los ojos, la desorientada joven, inconsciente de qué hace ahí ni de quién es, observa sus alrededores y, tras pedir ayuda sin éxito alguno, trata de atar los cabos que le devuelvan su auténtica identidad. Hasta ahí podemos leer para no arruinar una trama que vuelve a jugar con la amnesia, las cabriolas temporales y la extravagancia de su universo.
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Rompiendo la simulación
A diferencia de la mayoría de series, que emplean la cámara de manera convencional para no expulsar al espectador de una narrativa igual de tradicional, en 'Homecoming' la experimentación es el principal valor añadido. Si en la primera temporada Esmail se dejaba llevar por las instalaciones del programa Homecoming, en esta nueva entrega es la arquitectura del edificio de Geist, desde la cabaña y la plantación de Leonard a los envolventes pasillos del edificio principal, la que fascina a Kyle Patrick Alvarez, que abraza el estilo del creador de 'Mr. Robot' sin miedo a dejarse llevar, brindando planos para enmarcar. El cineasta, impulsado por la impecable ambientación sonora y un montaje quirúrgico, diseña una atmósfera de farsa que justifica la libertad de la cámara, y que concuerda con el conflicto de algunos personajes, conscientes de que son peones de un thriller que rige sus vidas.
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