Russell T. Davies tenía una complicada misión por delante. Primero, porque su reputación le precede: el de Gales cuenta en su historial con el mérito de haber creado o guionizado series tan reconocidas como 'Years & Years', alguna de las temporadas de 'Doctor Who' o la mítica primera versión de 'Queer as Folk'. Segundo, porque en esta ocasión, Davies se lanza a hablarnos, a través de esta ficción, de un tema que ya hemos visto reflejado en varias ocasiones (y, a pesar de ello, sin ser aún suficientes): la crisis del VIH y el SIDA que asoló a las comunidades LGTBI y de clases sociales bajas en la década de los 80 y principios de los 90. Un reto monumental al enfrentarse a las inevitables comparaciones con obras como las películas "120 pulsaciones por minuto" o "The Normal Heart" o a las más recientes series 'When We Rise' o la aplaudida 'Pose'. En 'It's a Sin', a través de los ojos de cuatro alegres y jóvenes chicos gais y su mejor amiga, observaremos cómo se vivió esta situación en el Reino Unido.
El grupo protagonista de 'It's a Sin'
Ritchie (Olly Alexander) es un joven de 18 años que, como tantos, abandona su pequeño pueblo natal para, gracias al inicio de sus estudios universitarios, comenzar una nueva vida en Londres. Allí conocerá a Jill (Lydia West), una estudiante de interpretación que le demostrará, en cuestión de unos minutos, que ser aceptado tal y como eres es mucho más fácil en la gran ciudad. Ritchie es gay, así como también lo son el alocado e irreverente Roscoe (Omari Douglas), el tímido Collin (Callum Scott Howells) y Ash (Nathaniel Curtis), que jugará el papel del primer interés amoroso de Ritchie. Unidos por la libertad para ser quienes realmente son, los cuatro chicos y su nueva mejor amiga y "mariliendre" oficial inaugurarán su propio hogar, el "Pink Palace".
Pronto, la unión entre estos cinco amigos se convertirá en un desfile de luces de neón, fiestas, bailes, besos y escenas de sexo que marcarán la deseada liberación de unos jóvenes que han ocultado su verdadero yo al mundo durante todas sus adolescencias. Lo viviremos en especial a través del personaje de Ritchie, interpretado por Alexander, una conocida estrella del pop y vocalista de la banda británica Years & Years acertadamente elegida. Ritchie rezuma ilusión, ganas de vivir y el brillo que otorga un despertar sexual que, durante años, había sido negado.
Al cabo de un par de horas (la ficción cuenta con tan solo cinco capítulos de unos 45 minutos de duración), las discotecas, las luces de colores y las risas en el Pink Palace darán paso a los lánguidos pasillos de unas desoladas habitaciones de hospital. El SIDA aterriza en Reino Unido a principios de los 80, siendo el encargado de mostrárnoslo un soberbio Neil Patrick Harris (que si tiene que aprender a imitar el acento británico por aparecer en una nueva ficción queer, él lo hace sin problemas).
Escena de 'It's a Sin'
Durante un par de episodios, Harris da vida a Henry Coltraine, el hombre que acoge bajo su protección al ingenuo Collin y le muestra que ser gay en aquel momento histórico podía no salir tan mal: poseía un buen trabajo, una buena reputación y un marido con el que convivía felizmente. Todo esto hasta que su personaje nos muestra los efectos de la temida infección, a nivel físico y social. Henry muere solo, aislado en una habitación de hospital, con las fuerzas justas para llegar hasta la puerta en la que los médicos le dejan su comida tirada en el suelo. Henry muere despojado de toda humanidad porque los enfermos de SIDA no eran, casi, considerados humanos.
A pesar de todo, los protagonistas continúan despreocupadamente con sus vidas. Una divertida y colorida escena en la que Ritchie rompe la cuarta pared para anunciar a la cámara sus ganas de vivir, de festejar y de pasarlo bien mientras besa a un chico y a otro en una discoteca nos envía un mensaje oculto. Los principales afectados por esta infección, quienes debido a la falta de información sobre salud sexual no estaban utilizando métodos de prevención de ITS, no creyeron, al principio, que el SIDA fuera algo real. "Eso es imposible, estaría saliendo en todas las noticias", clama en una escena. Y sí era posible. Pero no, nadie se preocupó de que saliera en las noticias.
Los protagonistas de 'It's a Sin' en una protesta
Una historia de aliados y villanos
Si de algo pudiera pecar la ficción que, en tan solo cinco capítulo, resume una década entera a través de un reparto coral, es quizá de tratar de enviarnos demasiados mensajes en muy poco tiempo. La soledad a la que se enfrentaban los enfermos de SIDA, las protestas callejeras de las primeras asociaciones activistas que pedían que se investigara sobre la infección, la deshumanización de los afectados, el dolor de las familias, la indiferencia de los líderes políticos o el injusto sentimiento de culpa de los infectados son algunos de los temas que tratará de tocar en menos de cuatro horas. Todo amenizado con el humor inglés que caracteriza las obras de Davies, que en ocasiones lograrán con éxito hacernos reír y en otras relajarán la carga dramática de la ficción.
Es especialmente destacable la labor de los personajes de Jill (West) y Valerie (Keeley Hawes), madre de Ritchie. Ambas representan polos opuestos: Jill se convierte en la amiga que tratará de hacer entrar en razón a sus amigos para que se protejan del mal que les persigue. Valerie, por su parte, encarna parte del origen del miedo y la vergüenza que condenará a jóvenes homosexuales a practicar relaciones sexuales escondidos, en la oscuridad, lejos de casa. En un intenso último episodio, la madre de Ritchie cumple la profecía que se ha estado repitiendo durante la serie: "Los chicos que vuelven a casa para ser cuidados, no regresan". La adorable madre que episodios atrás conocíamos será poseída por la rabia y el miedo al escarnio público. Su amor a su hijo convive con la vergüenza que siente por lo que él es.
West y Hawest acaban casi convertidas, a ojos del espectador, en heroína y villana de una historia que debería haber dejado mayor peso argumental a algunos de los otros chicos del grupo. Por ejemplo, al personaje de Ash, que podría haber dado mucho más de sí, o al desafortunado Collin, cuyo triste final, que se encuentra destinado a emocionar al espectador, casi acaba perdiéndose en una línea narrativa en la que llegamos a preguntarnos: "¿Pero cómo ha llegado este personaje al grupo protagonista?". También se podría mencionar, ya por ponernos algo más exigentes, la falta de diversidad en cuanto a identidad de género del reparto.
Ritchie (Olly Alexander) en una protesta en 'It's a Sin'
Lo más leído
'It's a Sin' logra su distintivo de otras series de temática similar gracias a que, en medio de un huracán de mensajes, el que brilla con más fuerza es el que grita que quienes murieron a causa del SIDA fueron algo más que personas infectadas con él. Fueron personas que crearon. Festejaron. Bailaron. Hicieron felices a otros. Disfrutaron. Vivieron. Ritchie no se arrepiente de haber vivido como lo ha hecho. Logra evitar ese sentimiento moralmente impuesto de que lo que sufre es un castigo divino. Su vida no ha sido perfecta, y ha hecho daño a algunas personas. Pero se niega a asumir que su situación sea culpa suya, porque sabe que no lo es. Ese es el auténtico mensaje de 'It's a Sin', y es que el estigma duele tanto, o más, que la propia enfermedad. Y en eso, por desgracia, a día de hoy tampoco se ha avanzado lo suficiente.