La primera temporada de 'La Casa del Dragón' tuvo muchísimo más mérito del que seguramente supimos reconocerle en su momento. Dos años después de su lanzamiento y con su siguiente tanda a la vuelta de la esquina, volver a ver ese arranque es el ejercicio perfecto para poner en perspectiva, desde un prisma más reposado, la misión (casi) imposible de la que salió airosa la precuela de 'Juego de Tronos': suceder al mayor fenómeno de la televisión. Sin embargo, aquella no fue su mayor hazaña. Lo verdaderamente extraordinario fue la maestría con la que se bordaron tantos personajes, enfrentados por incontables conflictos, en un tapiz de dos décadas sin que saltaran todas las costuras.
Los saltos temporales, que imponían elipsis y cambios de reparto, fueron una jugada arriesgada, que semana tras semana ponían a prueba la atención del espectador y podían resultar un tanto abrumadores, pero cuando se observa el bloque en conjunto, todo cobra sentido. Aquellos diez episodios fueron un curso intensivo necesario tanto para comprender un nuevo contexto, mucho anterior al de Jon y Daenerys, como para servir de prólogo de una segunda temporada que, gracias a esos sólidos cimientos, finalmente ha incorporado la seña de identidad de la serie original: la paciencia.
Jace y Rhaenyra en la segunda temporada de 'La Casa del Dragón'
Aunque ese concepto no suene muy glamuroso, lo cierto es que 'Juego de Tronos' triunfó por su manejo de la tensión, por las intrigas que precedían y sucedían a cada choque de espadas. De hecho, cuando menos apoyo encontró entre el público fue precisamente en sus dos últimas temporadas, que se lanzaron a un final precipitado. Con aquel tropiezo todavía en mente, 'La Casa del Dragón' se toma las cosas con calma en su segunda temporada.
Tras haber cubierto el triple de tiempo en su primera entrega que 'Juego de Tronos' en sus ocho tandas, la precuela pisa el freno para ahondar en su evento central, la Danza de los Dragones, sin que eso implique que la serie se sienta más lenta o cansina. Una vez vistos los cuatro primeros episodios, os podemos asegurar que el ritmo no es un problema, aunque lógicamente alguna trama pueda resultar más interesante que otra, pero en líneas generales este retorno funciona como un tiro y temporiza muy bien los detonantes que conducirán a una brutal guerra civil entre los Targaryen.
Alicent en la segunda temporada de 'La Casa del Dragón'
Dos bandos y un río de sangre
La guerra como tal se puede dar por comenzada, ya que las fauces de Vhagar rompieron toda estabilidad cuando devoraron a Lucerys, pero la mirada final de Rhaenyra en la primera temporada, dolida y rabiosa, no va acompañada de una explosión bélica inmediata. Siguiendo los pasos de 'Fuego y Sangre', que avisaba de que antes de entrar en liza había que librar la guerra con palabras, 'La Casa del Dragón' arranca este conflicto intestino con jugadas muy medidas (y otras no tanto) desde los dos bandos.
Al comienzo los complots se anteponen a los enormes despliegues militares. Cada una de las facciones se prepara para el inevitable enfrentamiento, aunque lo más estimulante no es tanto la rivalidad entre Negros (seguidores de Rhaenyra) y Verdes (fieles de Aegon), sino las fracturas internas que se extienden y dejan huella en todas las relaciones personales: Daemon se sumirá en un extraño viaje introspectivo, Aegon comprobará que el Trono de Hierro es aún más frío de lo que pensaba, Aemond se abrirá paso a su manera... Y en medio de esa vorágine, que estará profundamente guiada por la ambición y los deseos de venganza, la templanza de Rhaenyra y Alicent, menos entusiasmadas por la violencia que la mayoría de sus consejeros masculinos, será lo que realmente ponga en relieve lo que está en juego en este enfrentamiento.
En cualquier caso, la calma inicial no se tiene que confundir con paz, ya que la violencia está muy presente desde el primer momento. Pese a no precipitar las batallas más sangrientas, la serie no tarda en golpear en la boca del estómago con algunos de los momentos más brutales de la franquicia. Así pues, se encuentra el equilibrio entre el drama familiar y los terrores más despiadados.
Aemond en la segunda temporada de 'La Casa del Dragón'
Poniente, en llamas
La inclemencia con sus protagonistas no es el único acercamiento de 'La Casa del Dragón' a la esencia de 'Juego de Tronos'. Después de haber pasado gran parte de la entrega inicial entre Desembarco del Rey y Rocadragón, la ficción se abre considerablemente para explorar otros territorios. Algunos de ellos nos llevarán al Poniente que ya conocimos en la adaptación de 'Canción de hielo de fuego', aunque en una época pretérita, y otros nos permitirán conocer más rincones e historias de los Siete Reinos. De este modo, 'La Casa del Dragón' se expande, al mismo tiempo que profundiza en la intimidad de los protagonistas.
Esa variedad de localizaciones va de la mano de un mayor desperdigamiento de los personajes, lo cual permite desarrollar más tramas en paralelo para luego cruzarlas poco a poco. Y ahí no terminan las similitudes con 'Juego de Tronos', ya que de aquella también se heredan unos efectos visuales que no terminan de resultar del todo satisfactorios cuando los dragones entran en escena. Pese a la espectacularidad de las criaturas, que se han diseñado con todo lujo de detalles para lucir amenazantes y majestuosas, los planos en los que el jinete interactúa con su montura no tienen un acabado tan redondo, por lo que se tendrá que mejorar en ese aspecto de cara a las grandes batallas que están por venir.
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Aun así, esas escasas carencias no ensombrecen la trepidante acción en la que se ven envueltos los dragones, que en ese aspecto sí que diferencian a 'La Casa del Dragón' de su predecesora. Aquí los choques se libran en gran medida en el aire, por lo que podemos introducirnos en las batallas desde una altitud distinta a la habitual. No obstante, como siempre ha demostrado la franquicia, lo verdaderamente importante está a ras de suelo. 'La Casa del Dragón' se mueve a las mil maravillas en ese barro moral que, en la segunda temporada, ensucia aún más a los Targaryen, Hightower, Velaryon... y a nosotros como espectadores, que no podemos disfrutar más de este baile de dragones y traiciones.