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'Los pacientes del doctor García' es una serie producida por RTVE, Diagonal Televisión, DeAPlaneta y Netflix España que adapta la novela homónima de Almudena Grandes. La colaboración con el gigante de streaming implica un mayor presupuesto para la ficción, que se refleja en los decorados, escenarios, el maquillaje y sobre todo la recreación del Madrid de los años 30 en plena Guerra Civil, realmente impactante. Sin embargo, en los dos primeros episodios el paso de lo escrito a lo visual se realiza de forma algo precipitada y tosca, de manera que se crean ciertas incoherencias en los personajes e incomprensión en la trama.
Los dos primeros capítulos introducen la historia y las relaciones entre los tres personajes protagonistas. Estos son el doctor Guillermo García Medina, interpretado por Javier Rey; Amparo Priego, de la mano de Verónica Echegui; y Manuel Arroyo, al que da vida Tamar Novas. La trama comienza en 1936 en Madrid, cuando el doctor, fiel a la República, se ve obligado a esconder a su vecina y amiga de la infancia, Priego, una falangista atrapada entre rojos.Javier Rey y Verónica Echegui en 'Los pacientes del doctor García'
Este primer episodio se cierra con dos misterios que piden ser resueltos en el capítulo siguiente. Uno de ellos se pierde en la trama rápidamente (tendrá repercusión más adelante, probablemente cuando ya nadie se acuerde) y el otro está resuelto con un interesante flashback narrado en un segundo capítulo, mucho mejor escrito que el primero, que habla de cómo Arroyo, un diplomático republicano, termina a punto de fallecer en la cama del doctor, después de haber recibido varios disparos en un atendido dirigido específicamente a él.
Un espectáculo visual
El hecho de que Netflix haya participado en la producción de la serie supone unos ingresos extra que potencian la calidad visual de la ficción. La recreación del Madrid durante la guerra es detallada y sobrecogedora. Los coches, las viviendas, los edificios, las costumbres... todo está milimétricamente cuidado y medido para que refleje una proyección histórica que es incluso bella de admirar. En este caso, destacan también los equipos tanto de vestuario como de atrezzo, así como toda la producción de la ficción.
Se sitúan en un plano especial los equipos de maquillaje y efectos especiales. Heridas de bala, mutilaciones, imágenes de un Madrid destruido por las bombas... todas esas imágenes son plasmadas en la pantalla con gran precisión, de forma que no tienen nada que envidiar a las grandes producciones estadounidenses en ese sentido. Todo ello, con una excelente realización y montaje, con largos planos en movimiento muy complejos que reflejan las desgraciadas consecuencias de la guerra. En cuanto a la iluminación, es un trabajo absolutamente correcto en el que quizá se hubiera agradecido una mayor expresividad en ciertos momentos.
Javier Rey y Tamar Novas
El guion, el eslabón débil
Casi siempre, lo más complicado de adaptar una novela a un guion es transformar lo escrito en visual. Esto parece evidente, pero es más complicado hacerlo que decirlo. La página en blanco te deja la libertad de plasmar directamente los pensamientos de tus personajes, entrar en sus cabezas, mientras que, en la pantalla, esos pensamientos se tienen que transformar en gestos, miradas, tonos o sutilezas en los diálogos. Sobre todo, si el libro está narrado en primera persona desde la perspectiva del protagonista. Este llamado subtexto es el que no consigue reflejar el guion de José Luis Martín, sobre todo en el doctor García y su vecina. Son personajes que dicen lo que piensan y hacen lo que dicen, y eso les quita atractivo.
Se agradece que hayan querido mantener el humor y las partes distendidas de la novela de Almudena Grandes. Pero la autora conduce al lector entre el humor, el drama y el thriller a través de historias, pensamientos de los personajes y contexto narrado. A falta de estas armas, el guion hubiera necesitado esas pausas que transitaran de un modo coherente entre el miedo, la risa y el sexo, que en la serie se entremezclan de forma tosca y en ocasiones incomprensible. Esta precipitación se refleja especialmente en Priego, una mujer que se queda en una marioneta infantil con la que es imposible sentir empatía.
Brillan los secundarios
Es muy complicado interpretar de forma creíble a personajes sin subtexto. Por eso, no hay nada que reprocharle a los actores protagonistas: Rey, Echegui y Novas, quienes cumplen con su trabajo de forma correcta. Pero, en este caso, destacan tres actores que tienen más material en sus diálogos para darle complejidad a lo que interpretan. En primer lugar, está Iñaki Miramón, que da vida al comisario Basilio Rodríguez, un alto cargo de la consejería de orden público que consigue derrochar una gran autoridad, aunque, bajo su seriedad, se vislumbra su buen fondo.
Stephanie Cayo interpreta a Meg Williams
Por último, dos actrices que merece la pena tener en el punto de mira. Stephanie Cayo interpreta a Meg Williams, una mujer independiente, misteriosa, encantadora y extremadamente brillante, que ayuda a Arroyo a intentar influir en otros diplomáticos extranjeros para que ayuden a la República en la guerra. Por otro lado, Eva Llorach (ganadora de un Goya y madre de Rebeka en 'Élite') se mete con maestría en la piel del personaje real Clarita Stauffer, una falangista medio alemana que ayudó a nazis a huir a Argentina pasando por España tras la Segunda Guerra Mundial. Ella, la gran villana de esta historia, consigue intimidar con una sonrisa, amenazar con la mirada y sentenciar con una palmadita en la espalda.