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Pósters de 'One Piece' 0 fotos
Cuando Netflix anunció el live action de 'One Piece' me invadió un único pensamiento: ¿para qué? Las adaptaciones de carne y hueso de mangas y animes son muy habituales en Japón, donde los fans pueden regocijarse o espantarse, según el caso, con estas versiones tridimensionales. Sin embargo, cuando los intentos llegan desde Occidente, el resultado suele tender mucho más hacia el espanto. Todavía me cae un sudor frío por la espalda cuando pienso en el despropósito de "Dragonball Evolution" o la esperpéntica 'Death Note', perpetrada por la propia Netflix, que volvió a tropezar con la misma piedra con 'Cowboy Bebop'.
Vamos, que el historial no es precisamente halagüeño y, por tanto, antes de nacer 'One Piece' ya tenía perdida su primera batalla: enrolar a los millones de fans que se han subido al barco fletado por Eiichiro Oda durante los últimos 26 años. No obstante, las suspicacias y la desconfianza han ido tornándose en curiosidad y aceptación gracias, en gran parte, a los esfuerzos de Oda, que se ha autodefinido como un "perro guardián" durante el proceso creativo. El mangaka, implicado como productor ejecutivo, se ha mostrado muy vocal acerca de su defensa del material original y, una vez vista la primera temporada, os puedo decir que todas esas cartas no eran (solo) gestos de marketing, sino reflejos de una adaptación que se ha hecho con cariño y esmero.Luffy, sobre el Going Merry en 'One Piece'
La llamada del mar
Lo primero que hay que dejar claro es que Netflix quiere convencer tanto a los adeptos como a los profanos, por lo que su 'One Piece' es totalmente accesible para los no iniciados y, además, incluye cambios bien calibrados para que los espectadores/lectores acérrimos encuentren nuevos estímulos. En cualquier caso, la historia es exactamente la misma que la contenida en el manga más vendido de todos los tiempos: Luffy es un joven que se echa al mar para convertirse en el Rey de los Piratas, un título que solo se puede reclamar tras encontrar el legendario tesoro conocido como One Piece. Su meta es la misma que la de tantos otros aspirantes, pero él no es igual que el resto. No comprende la piratería como un modo de vida criminal, sino como un sinfín de aventuras y amistades. Ah, y también le distingue su habilidad especial: puede estirar y deformar su cuerpo a placer.
Nada más arrancar su viaje va conociendo a diferentes aliados y enemigos que, indiferentemente de su posicionamiento, quedan sorprendidos con la actitud de Luffy, cuyo optimismo luce como un faro en plena noche. Con permiso de Omar Montes, es el epítome del ser de luz. Y gracias a esa alegría de vivir va sumando a su causa a sus nakamas, es decir, los tripulantes que poco a poco se contagian de la convicción de su enérgico capitán. Los primeros en caer en las redes son el espadachín Roronoa Zoro y la ladrona Nami, mientras que el francotirador Usopp y el cocinero Sanji van ocupando sus respectivos puestos más adelante.
Así pues, la primera temporada de 'One Piece' sigue paso a paso el arco inicial del manga, pero no de forma idéntica. Al igual que 'The Last of Us' triunfó sin calcar cada elemento del videojuego de Naughty Dog, la odisea de Luffy en Netflix atina al retocar lo necesario para no ser una imitación barata, sino una serie con todas las de la ley. El lenguaje del manga, mucho más vertebrado por la acción que por el diálogo, no se podía trasvasar tal cual a la televisión, por lo que los showrunners Matt Owens y Steven Maeda han ordenado el tablero a su manera.
Los personajes principales y los puntos claves de la trama están generalmente a salvo, pero la estructura se reordena y reformula para no sea tan lineal y funcionar mejor en la pantalla. Además, añaden conectores de fondo que, mientras los protagonistas avanzan en sus quehaceres, dan más cohesión y consistencia a la ficción y su universo. En cuanto a la diversidad de localizaciones, el live action es consciente de sus limitaciones y, en vez de intentar abarcarlo todo y morir en el intento, toma las decisiones creativas pertinentes para ser más contenida sin renunciar al espíritu original, aunque sí se sacrifique en cierto grado la inacabable epicidad del manga.
Aun así, la factura no se debería tachar de barata en ningún caso. A nivel estético, se puede tardar un rato en acostumbrarse a un mundo que entrelaza la extravagancia y la grandilocuencia, pero la serie no omite la naturaleza estrafalaria de la saga y, de hecho, se va haciendo fuerte en base a ella y el resto de señas de identidad. Luffy se estira, pero no es Mr. Fantástico. 'One Piece' es una aventura con un gran sentido del humor, pero no es Marvel. 'One Piece' es 'One Piece', se rige por sus propios códigos, y Maeda y Owens han sabido recrearlos sin moldear un pastiche endeble.
Sanji, Zoro, Luffy, Nami y Usopp en 'One Piece'
La tripulación ideal
Para salirse con la suya, 'One Piece' tenía que cumplir dos requisitos irrenunciables: dar con el reparto perfecto y estar a la altura en la construcción del mundo. En lo que respecta al elenco, Iñaki Godoy encapsula la inocencia, la determinación y, en definitiva, la esencia de Luffy como si hubiera nacido para interpretar este papel. Mackenyu también se apodera del carácter estoico de Zoro, así como Emily Rudd embauca como Nami, Jacob Romero absorbe la fragilidad de Usopp y Taz Skylar remata el plantel cocinando un Sanji más que creíble.
Cada uno de ellos encuentra la forma de sintonizar con sus personajes y al unirse logran algo aún más valioso: destilar una química necesaria para enganchar al espectador. Como todos sabemos, el verdadero botín de 'One Piece' no es el que da nombre a la serie, sino los amigos que hicimos por el camino. Y, aunque a primera vista sean y parezcan unos absolutos extraños, los cinco protagonistas consiguen hacer realidad esa máxima.
El quinteto de actores va de la mano de un worldbuilding repleto de detalles muy cuidados. Al fin y al cabo, la trama, o más bien el guion, no es el punto fuerte de 'One Piece', cuyo verdadero valor radica en su tono y la forja de un contexto proclive para que este se desarrolle. En ese sentido, el diseño de producción y la puesta en escena están realmente elaborados, lo cual permite que el carisma de Luffy y sus amigos esté respaldado por un mundo atractivo y convincente, donde la acción y las peleas respetan el corazón shōnen de 'One Piece' con coreografías bien diseñadas y ejecutadas, en las que los efectos visuales reman más a favor y que en contra.
Por tanto, la serie de Netflix es un auténtico éxito, pero eso no me impide volver a la pregunta con la que arrancaba este texto. ¿Para qué? 'One Piece' es tan entretenida como innecesaria, pero en el mejor de los escenarios será una puerta de entrada a un universo fascinante que ha derribado una nueva puerta. En mi caso, me ha vuelto a despertar aquella sensación que me embriagaba cuando, hace ya veinte años, veía el anime en Telecinco y leía compulsivamente el manga. La capacidad que tenían (y siguen teniendo) ambas obras para atraparte entre el batir de las olas, las ensaladas de puñetazos y los emocionantes gestos de camaradería. Y viniendo de donde venimos, que Netflix haya logrado esto ya es todo un tesoro en el que merece la pena seguir rebuscando.
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