Una vez más, los profesionales de la industria del cine español se han reunido para conocer a los elegidos por la Academia del Cine para recibir sus respectivos galardones por sus últimos proyectos cinematográficos. Los Premios Goya han vivido su 34a edición y esta vez lo han hecho en Málaga, concretamente en el Palacio de los Deportes José María Martín Carpena. Ese lugar se ha transformado en un amplio plató de televisión en el que Almodóvar ha logrado la gloria una vez más, en la que se han saldado algunas cuentas pendientes profesionales como Antonio Banderas, Julieta Serrano o Belén Cuesta, pero en la que no todo ha sido perfecto, especialmente en el terreno televisivo. Y es que hemos vivido una gala que ha cumplido pero a la que todavía la restan varias vueltas para poder ser lo que nuestra industria merece.
Andreu Buenafuente y Silvia Abril (Goya 2020)
Andreu Buenafuente y Silvia Abril han vuelto a subirse al escenario para intentar replicar el éxito que ambos cosecharon juntos en la edición anterior y una vez más, han repetido como uno de los grandes aciertos de estos Premios Goya. La química y conexión entre ambos era más que evidente; por ello han hecho sentir al espectador cómodo, como si de una entrega más de 'Late motiv' se tratase. Sus gags, sus bromas de pareja y la ironía y acidez de uno contra el otro posiblemente ha despertado la carcajada de más de un espectador que sí busca un tono más amable y menos radical en una gala como esta. Aquí no queremos sentir la incomodidad que muchos sufrimos en los últimos Globos de Oro, por ejemplo, no es necesario.
En estos Premios Goya 2020 no buscamos esa confrontación. Claro que tiene que haber reivindicación, evidentemente hay que aprovechar este momento de máximo impacto entre el público para lanzar mensajes y obviamente hay que hacer visible aquello que no lo es, pero hay que hacerlo desde sin incomodad al espectador, haciéndole partícipe de lo que se está reivindicando pero sin agredir a nadie, no es necesario. Y prueba de ello es el número musical que ha protagonizado en solitario Silvia Abril y en el que se ha hablado de mucho más de lo que parece. El techo de cristal, la falta de oportunidades a mujeres mayores de 40 años o el machismo que existe en la industria y en nuestra sociedad en general han estado presentes en este número musical que sin duda ha representado muy bien el tipo de crítica política que quieren hacer este tipo de galardones. Lo ha representado ella y Mariano Barroso, que ha lanzado un discurso lleno de guiños, quejas y también repleto de cariño y admiración a la industria.
Silvia Abril en los Goya 2020
Una gala que necesita muchos cambios
Pese a todo, la gala no ha funcionado. Nos hemos encontrado ante un espectáculo televisivo carente de ritmo, que necesita una gran vuelta de tuerca para enganchar al gran público. Porque si este es el gran escaparate que tiene el mundo del cine para poder dar un golpe sobre la mesa y mostrar músculo, está claro que no se está haciendo bien. La industria del cine se merece un espectáculo mucho más potente, y no, no estoy hablando de escenografía o imagen. Esta gala necesitaba una escaleta mucho más coherente, que contase con momentos que llamasen mucho más la atención del espectador, que lograsen engancharlo al sofá de su hogar. Estos Premios Goya son televisión, son un programa de entretenimiento y por ello, necesitan contar un relato que tenga sentido, provoque en el espectador la necesidad de seguir pegado y que contrarreste la pesadez que supone la entrega de tal cantidad de galardones.
Las hijas de Marisol en los Goa 2020
Lo mejor de una larga gala
Y es que pese a un inicio musical potente, la gala no ha contado con apenas demasiados momentos impactantes a lo largo de la larga noche, el espectador no ha encontrado demadiados puntos álgidos para mantener la atención. A excepción de Pablo Alborán y Jamie Cullum, que han destacado con dos preciosas, emotivas y potentes actuaciones y del homenaje a Marisol. Porque no ha sido necesario contar con Pepa Flores, que lógicamente ha preferido mantenerse retirada de los focos, para generar una emoción y una tensión narrativa muy potente. La actuación de Amaia nos ha mantenido a todos embobados frente al televisor mientras que la emoción de sus tres hijas al recoger después su merecido Goya de Honor nos ha atrapado a todos. Porque se respiraba mucha verdad, amor, emoción y cariño. El espectador ha entendido que lo que estaba viendo era de verdad, y así se la ha mantenido enganchado hasta el final.
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Al igual ha sucedido con el emotivo discurso de Belén Cuesta, las palabras tan personales que nos ha regalado Antonio Banderas o la naturalidad que ha demostrado tener Benedicta Sánchez al recibir su galardón a Mejor Actriz Revelación. Ellos nos han enganchado y han atrapado a un espectador que necesitaba más momentos así y también más show, más juego en directo. Porque quizás ha llegado el momento de dar un salto más, de ser más atrevidos y gamberros, de quitarse corsés, de ser naturales y de tener claro que en estos Goya hay que ser reales, naturales y conscientes del siglo en el que vivimos. Porque si nos hemos encontrado ante una gala potente visualmente, muy cuidada en cuanto a escenografía y con menos fallos técnicos que otras ediciones, ha llegado el momento de jugar con el guion, darle una vuelta de tuerca y dejar claro que sí, el cine puede tener unos premios potentes. Porque estos Goyas han aprobado pero necesitan mucho más para sobresalir y ser ese espectáculo televisivo que el cine se merece. Y no, no es imposible conseguirlo.