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'Santo' es una serie con dos almas, una doble nacionalidad que no termina de encajar. Sumida en una profunda oscuridad, cumple su objetivo y lleva al espectador a una espiral en descenso hacia la parte más negra de la moralidad humana, perdiendo de vista una parte de su potencial por el camino. Se trata de la primera producción de Netflix rodada entre España y Brasil, y su estreno está previsto para el 16 de septiembre.
Millán (Raúl Arévalo) y Susi (Greta Fernández), policías españoles, deben encontrar al narco más buscado del mundo: el brasileño "Santo", un terrorífico señor de la droga que practica extraños rituales y al que nadie nunca ha visto la cara. Al otro lado del charco, el agente Cardona (Bruno Gagliasso) hace lo mismo desde la policía brasileña, teniendo que lidiar con la misteriosa Bárbara (Victoria Guerra) en busca respuestas. Los primeros episodios entran de entra de lleno en el conflicto, algo imprescindible en una historia que busca ser tan impactante e intensa como esta, aunque no se da el suficiente tiempo para respirar ni sentar las bases. La acción precede a los protagonistas y los arrastra con ella desde el mismo inicio, lo que puede generar cierto desinterés por conocerlos. Lo mismo sucede con los momentos de tensión extrema, de constante trauma y violencia, que pueden acabar insensibilizando.Raúl Arévalo y Greta Fernández en 'Santo'
Genial intensidad, casi insoportable
Si algo se le da bien a 'Santo' es la creación de un clima lúgubre, crudo y desaturado. La fotografía de la serie y su ambientación contribuyen a una inmersión total. A la mezcla se unen el importante factor sonoro, la edición y los efectos visuales delirantes. La oscuridad lo inunda todo, una decisión que puede ser peligrosa al no recordar el mundo real, y que el crimen coexiste con la cotidianidad. Da una impresión casi postapocalíptica apenas rota por momentos "normales" y "reales", que hacen más suave el descenso a la locura que habría podido componer, de no haber partido de unas bases tan oscuras desde un inicio.
Entre todo este enredo sensorial, habrían encajado de maravilla todavía más pistas argumentales, símbolos, referencias escondidas, detalles enigmáticos... En lugar de decidir retorcerse mediante fatigosas idas y venidas temporales, que acaban resultando redundantes e innecesarias. Las personas sensibles a los estímulos fuertes, claustrofóbicas o aprensivas deberían alejarse. Esto no es un rasgo negativo: la serie tiene éxito al subir el nivel de intensidad hasta rozar lo insoportable. Por otro lado, los fans del género de terror, del gore y del thriller psicológico, que se acerquen. El equilibrio entre el horror psicológico y el sobrenatural (que se revela como una extensión del primero) aporta otra capa de originalidad al conjunto.
Interpretación feral, pero desconectada
Respecto a la interpretación, no hay quejas posibles. El poder de las miradas de los actores aporta la expresividad perfecta en una historia donde el diálogo es, como debe ser, el justo y necesario. Sin embargo Millán, como personaje, resulta bastante estereotipado. La interpretación de Raúl Arévalo es feral, a la altura de un personaje tan denso, lleno de tensión moral y con una contaminación que le acosa desde dentro y desde fuera, pero su arco argumental parece calcado al de otras historias similares. Cardona, por otro lado, vive la misma tensión moral desde otro ángulo, partiendo de otro contexto y con otras motivaciones. Sin embargo, parece recibir la enorme carga que la trama pone sobre sus hombros de manera un tanto silenciosa, pasiva y errática, sin que llegue a expresarse de forma explícita su línea de razonamiento o qué le pasa por la cabeza, restando de esta manera impacto al final.
Bruno Gagliasso en 'Santo'
La dualidad razón-emoción, pragmatismo-instinto, que representan Millán y Cardona, es uno de los puntos más interesantes, y podría haberse explorado mucho más a través de la interacción entre ambos, del choque entre visiones contrapuestas. Esta interacción nunca llega a culminarse. De hecho, en ocasiones parece haber un muro entre España y Brasil. Los puntos de contacto entre ambos polos y sus personajes son extremadamente escasos y formales, cuando deberían haber sido centrales. Esta integración bicultural, uno de los mayores reclamos, no termina de cuajar, y se percibe más como una serie de idas y venidas en dos tramas desconectadas, que como el abrazo internacional que debía haber sido.
Un pecado argumental imperdonable que ambos protagonistas comparten es el uso descarado de un infame arquetipo machista sobre ellos: el de la mujer en la nevera. Es decir, la presencia de personajes superfluos (habitualmente mujeres) cuyo único objetivo en la trama es sufrir y/o morir para motivar la acción del protagonista y darle profundidad a través del dolor o la culpa. En cuanto a las acompañantes del dúo masculino, Bárbara (Victoria Guerra) y Susi (Greta Fernández): Guerra no tiene toda la oportunidad de brillar que merece, se percibe un potencial bajo la superficie que no puede demostrar por las propias limitaciones del personaje, que es diseñado así a propósito. Fernández sorprende por la creíble mezcla entre fragilidad y entereza que presenta, haciendo que brille a pesar del rol menor que desempeña.
Raúl Arévalo y Bruno Gagliasso en 'Santo'
Lo que queda y lo que quedará
Se agradece que una serie así no caiga en maniqueismos y "engrisezca" a sus personajes. Hay una tensión mortal entre policías y narcos, pero no menos interesante es la tensión moral ya mencionada entre los propios aliados, un esquema que no es nuevo, pero sí queda representado de una manera correcta. Por último, que la serie abra la puerta a una innecesaria continuación diluye un tanto el impacto del final y resta efecto a una historia que parece más apropiada para acabar definitivamente como lo hace, aunque se hubiera extendido a lo largo de más entregas en su camino. Queda la duda de si, agotado el interés por el misterio central como hilo conductor, la serie se desmoronaría en el caso de seguir adelante, pregunta a la que es imposible responder a priori.