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Hay series que tras una buena temporada inicial se agotan a marchas forzadas y otras que crecen a medida que avanzan y encuentran su público y su tono, pero muy pocas son capaces de empezar por todo lo alto y no dar un síntoma de vértigo durante todo su recorrido. 'The Crown' es uno de esos prodigios televisivos. Cuando se estrenó en Netflix en 2016 presumió de unos valores de producción quiméricos por aquel entonces, siempre de la mano de unos guiones mordaces y emocionantes, sublimados por unas interpretaciones fascinantes. Cuatro años después, su espectáculo visual y narrativo sigue siendo uno de los más estimulantes de la pequeña pantalla, como demuestra con una cuarta temporada que no muestra ningún tipo de desgaste, por mucho que repita la misma fórmula que sus predecesoras.
Olivia Colman en 'The Crown'
A pesar de esa atenta mirada a la realidad política, que es indisociable a 'The Crown' por su vocación histórica, el peso de la trama recae una vez más en el drama familiar y, en concreto, en las abismales distancias emocionales que separan a los integrantes de la realeza. De hecho, ese es uno de los temas centrales de la temporada: la necesidad de atención derivada de unas pronunciadas carencias afectivas. Por un lado, tenemos el evidente caso de Isabel y su hijo Carlos, que en la temporada anterior ya comprendió que su herencia era ser un hombre sin voz, y la otra cara de la moneda de Carlos se encuentra su forzado matrimonio con Diana Spencer, que simboliza la fachada idílica que pretende transmitir la monarquía a sus súbditos, por mucho que esa pintura corroa a quienes se maquillan con ella.
Gillian Anderson es Margaret Thatcher en 'The Crown'
Dos forasteras entran en juego
'The Crown' no es una serie que necesite de giros virulentos para mantener la atención del espectador. En su lugar, la sensación de refresco, de incorporación de novedades, llega a la cuarta temporada de la mano de los dos personajes que hemos mencionado previamente: Margaret Thatcher y Diana Spencer. Como sucedía en temporadas anteriores con figuras reales como Winston Churchill o los protagonistas habituales de la ficción, Morgan traza un profundo perfil psicológico de las recién llegadas. Mientras que la Thatcher encarnada por Gillian Anderson se muestra implacable, firme en sus severas medidas y en su convicción de que deben prevalecer los fuertes, aunque eso implique el abandono de los más vulnerables; la Diana de Emma Corrin es un ser luminoso plagado de sombras internas, atraído a un cuento de hadas que rápidamente se torna en una pesadilla.
Lo que ambas tienen en común es su condición de foráneas con respecto a la familia real. Las dos aportan puntos de vista diferentes a los explorados en las temporadas anteriores, y junto a Isabel conforman los tres pilares fundamentales de la cuarta entrega. Así la serie consigue renovarse sin perder el bagaje de los años previos, manteniendo la cohesión al emplear la misma estructura de siempre. Cada uno de los capítulos es básicamente un ensayo que profundiza en un suceso concreto, ya sea una inesperada visita a la reina, una crisis de Margarita o un viaje oficial a Australia, y en gran medida cada entrega tiene un cierre particular, intensificando la esencia cinematográfica de la serie para que veamos diez películas en vez de diez episodios.
Emma Corrin da vida a Diana en 'The Crown'
El peso de la corona
La llegada de dos personajes tan potentes como Margaret Thatcher y Diana también arroja nueva luz sobre personajes ya conocidos. El contraste más evidente es el que nace de las tensiones entre la primera ministra y la reina Isabel, que llegan a provocar que la monarca parezca más humana de lo habitual. El duelo interpretativo entre Anderson y Olivia Colman no solo es hipnótico, sino que sirve para que la protagonista central de la serie demuestre su compromiso social, exponiendo una faceta de ella en la que nunca se había incidido con tanta efusividad como ahora. Aun así, la frialdad sigue siendo un rasgo característico de Isabel y eso marca su vínculo con Diana, que a veces busca en ella un refugio, desconocedora de hasta qué punto el concepto de familia es más institucional que sentimental para la realeza.
Junto a ese trío de portentosos personajes femeninos, quien también tiene la oportunidad de brillar una vez más es Josh O'Connor en la piel de Carlos. Tras una tercera temporada en la que se mostró a un joven sensible y con inquietudes, su egoísta actitud en la cuarta es el resultado de su falta de libertad. Al casarse con Diana, que ante los ojos del pueblo inglés parecía la princesa ideal, Carlos volvía a ver su felicidad supeditada a la supervivencia de sus privilegios, y de esa frustración nace un constante y desgarrador choque con Diana, que vertebra algunos de los episodios más potentes de la temporada.
Con lo dicho hasta ahora es bastante evidente que 'The Crown' sigue avanzando de manera conservadora, ya que mantiene intacta la fórmula aplicada desde su nacimiento, pero una vez más lo hace con una lucidez extraordinaria. La cuarta entrega de la serie de Netflix vuelve a tocar techo con su elegancia y su ironía, y es que nos encontramos ante una majestuosa pieza de orfebrería que no se ha diseñado a partir de la admiración, sino a través de un prisma crítico y atrevido, que la hace mucho más sólida y resistente a agrietarse.