Rock Hudson era el galán de Hollywood por excelencia, así como Ingrid Berman hacía lo propio en el lado femenino. Ambos eran dos de los actores más cotizados de los años dorados de la industria, pero ninguno logró ser feliz dentro de ella. El protagonista de "Gigante" tuvo que vivir con un secreto inconfesable: su homosexualidad, algo que solo se sabría entre su círculo más íntimo y, más tarde, cuando cundió la alarma al conocerse que tenía SIDA. Mientras, la eterna Ilsa Lund de "Casabalanca" fue mandada al más puro ostracismo -incluso fue declarada persona non grata en territorio estadounidense- por romper su matrimonio para comenzar una relación con Roberto Rossellini. La sociedad y sus representaciones en pequeña y gran pantalla, en la que él es el "chulazo" salvador de la damisela en apuros y ella es, pues eso, la damisela en apuros siempre obediente del hombre, han ejercido -y siguen ejerciendo- una gran presión sobre las personas para que actúen de acuerdo con los roles sociales normativos que se consideran correctos. O callas y vives en la más absoluta infelicidad -Rock Hudson- o te revelas y eres castigada con dureza - Ingrid Berman-.
Según la Teoría del cultivo de George Gerbner, el ser humano tiende a entender que la realidad en la que vive es aquella que ve reflejada en la televisión. De hecho, la escritora Yolanda Montero expone en su obra "Televisión, valores y adolescencia" la importancia que ejerce la pequeña pantalla a la hora de influir en las opiniones de la gente, a la que llega a situar por encima incluso de los relatos de no ficción. Por eso, ver series donde ellas son el sexo débil o se presenta un mundo sin personajes LGTBI ha sido un mensaje que ha contribuido a perpetrar las desigualdades que llevan sufriendo ambos colectivos durante años. Sin embargo, parece que algo ha hecho click en la industria, ya que, cada vez, son más las ficciones que tratan dichas problemáticas. Además, son todo un éxito de audiencias. Un reciente ejemplo de ello es 'El cuento de la criada'. La terrible distopía creada por la escritora Margaret Atwood y llevada a la pequeña pantalla por Bruce Miller se convirtió de repente en esa serie que todo el mundo había visto o quería ver. Ganadora de ocho premios Emmy y dos Globos de oro, la triste historia de June estaba en boca de todo el mundo. Y lo bueno es que lo que nos está contando esta producción es que tratar a la mujer como un objeto está mal, muy mal. Una lección necesaria, que parece muy sencilla, pero que con casos como el de La Manada, comprobamos que precisa de más calado.
Violencia explícita para evitar su reproducción
Un gran punto de 'El cuento de la criada' es la extrema violencia que se ejerce en la ficción sobre las mujeres. ¿Por qué? Porque el objetivo es que repulses tanto la idea que no se te pase nunca por la cabeza volver a repetirla. Esta reflexión se extrae del libro "Así se torturó en Chile (1973-1190)", el cual recoge el relato de las cientos de mujeres que fueron torturadas con métodos sexuales durante la represión de Pinochet. Las verdaderas atrocidades que se relatan provocan arcadas con solo leerlas, pero es que "no se trata de que una sociedad lo piense dos veces antes de volver a torturar, porque entonces lo terminará haciendo. Se trata de que abomine de ello con solo la idea de pensarlo", tal y como explica el periodista encargado de resumir los informes en el libro, Daniel Hopenhayn.
'El cuento de la criada'
La distopía es un ejemplo maravilloso para vaticinar las consecuencias que puede acarrear el ir quitando derechos a la mujer y, a su arropo, han aparecido otras series que se han abierto a cubrir otras problemáticas a las que se tiene que enfrentar. La galardonada 'Big Little Lies' y su otra mirada a las madres de colegio, que dejan de ser "la maruja" para ser personajes redondos, completos, llenos de problemas, traumas y enfrentadas por un mundo de hombres; 'Liar' o 'Creedme', sobre la eterna lucha de víctimas de violación para demostrar que han sido agredidas; y series de época que exponen toda la lucha que se lleva haciendo para ganar un derecho tan básico como es el de la igualdad: 'La otra mirada' o 'Las chicas del cable'.
Merecen mención también las series centradas en personajes históricos femeninos. 'The Crown' puede ser el ejemplo más pronto que se nos puede venir a la mente, pero también tenemos 'Catalina la Grande' o españolas como 'Isabel'. La historia está repleta de grandes mujeres que han pasado desapercibidas de los relatos, dejando así en el imaginario – y volvemos a la Teoría del cultivo-, que solo los hombres han hecho cosas grandes.
La purpurina como lección
Retomando la teoría del cultivo, según las series que hemos estado consumiendo durante años, tampoco existen las personas LGTB en la sociedad. Y, si no existen, cómo vas a confesar tú que lo eres. Nadie quiere ser el "bicho raro". Y, si no tienes público interesado, cómo vas a hacer una serie sobre ello. Y así sucesivamente. Sin embargo, llega una ficción como 'Pose' y hace lo mismo que 'El cuento de la criada': convertirse en todo un exitazo. Creada por Ryan Murphy, Brad Falchuk y Steven Canals, se centra en el día a día de la comunidad trans neoyorkina durante los años 80 y comienzos de los 90. La lucha del colectivo y los múltiples problemas a los que han tenido que hacer frente (discriminación, prostitución, drogas, VIH) ponen en evidencia la gran lucha invisibilizada que han estado llevando a cabo durante años. Pero esto no es todo, destaca que, en su segunda temporada sobre todo, se transforma en un mundo de purpurina, que recubre la capa de caquita, claro, pero que, aún con esto, habla de sororidad y amistad, lo que da una lección grandiosa para todos aquellos que se puedan encontrar en una situación similar: hay luz al final del túnel. Por que, si después de tener problemas en la vida real, la imaginaria solo te muestra miserias... Apaga y vámonos.
'Pose'
'Pose', no obstante, no solo ha roto moldes en cuando a ficción se refiere, ya que en la vida real también ha contribuido a sentar cátedra. Su protagonista, Billy Porter, se ha convertido en el primer hombre negro y abiertamente gay en ganar un premio Emmy a Mejor actor dramático, un ejemplo que traslada otro mensaje muy poderoso: si él puede, yo también.
Las hermanas Wachowski son otro de los ejemplos para demostrar que, seas cómo seas y quieras a quién quieras, puedes lograr cosas muy grandes. Su compromiso con el colectivo LGBI es algo que han reflejado en sus ficciones y lo vemos tanto en su filme "El atlas de las nubes" como en su aclamada serie 'Sense8'. Además, esta última no solo se centra en hablar de una trama de gays, lesbianas o trans, sino que utiliza personas totalmente diversas para construir su relato. Porque los gays, lesbianas y trans, no son gays, lesbianas y trans, son personas que hacen cosas, que a veces se nos olvida y se quedan encajados en esa única trama.
Mayores y jóvenes, en el mismo saco
'Transparent' es otra de las series que contribuye a la visibilización de las personas trans y, además, escoge a una persona mayor, otro de los colectivos que suele permanecer en el olvido de las ficciones. Que los ancianos y ancianas también existen, oigan. 'Grace and Frankie' es también un gran exponente de lo rompedor que se puede ser pasados los cincuenta y de que nunca es tarde para decir 'te quiero' a una persona de tu mismo sexo.
'Hospital Central'
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Pero no solo hay que fijarse en la ficción extrajera. 'Hospital Central' (acabó en 2012 -llegamos por los pelos-), con Maca y Esther, o ya en los 2000 'Aquí no hay quien viva', con Mauri y Fernando, habían sentado las bases de estas contribuciones. Actuales tenemos a 'Merlí' o 'Skam: España', que, aunque son series que puede ver cualquiera, lo bueno es que están enfocadas a un público juvenil, con la consiguiente mejora de valores en las generaciones venideras. Así, en 2029, ya no hará falta un especial para dar gracias por series como estas. Mientras tanto, desde 2019: GRACIAS.