Si yo fuera rico

Pelayo está orgulloso de sí mismo: ha conseguido un ascenso en el banco, más responsabilidad y más dinero. Está pensando en comprarse un coche nuevo y le pide consejo a Fran. Es una manera de dejar claro quién tiene dinero y quién no.

Esa tarde Fran va a buscar a Pelayo; el banco ya está cerrado y no queda nadie más trabajando. En un momento dado, Fran se cuela en el interior de la cámara acorazada. Está emocionado con tanto dinero alrededor y contagia su emoción a Pelayo, hasta el punto que se ponen a jugar una partida de cartas apostándose los billetes guardados en la cámara.

Al día siguiente, Pelayo se despierta con la noticia de que han desaparecido quinientos mil euros de su sucursal. Inmediatamente sospecha que Fran pudo llevarse esa cantidad en bonos del estado, escondiéndolos entre su ropa. Pelayo se presenta en casa de su vecino exigiendo la devolución del dinero. Fran lo niega todo, él no ha robado nada. Mientras, Lola y los niños, que confían en que Fran tiene la pasta, hacen planes de nuevos ricos: viajes, regalos, objetos caros… Por primera vez, todos se desviven por el cabeza de familia.

Es Pati quien llega para deshacer el malentendido, nadie ha robado ningún dinero. El banco realizó una transferencia a otro país y, con el cambio horario, la cifra no se registró hasta el día siguiente. Pelayo respira tranquilo. Fran insiste en que él dijo la verdad y Lola, Belén y Kiko están al borde del suicidio.