Sinopsis
Mientras César espera que lleguen más soldados de Italia, Pompeyo se prepara para el ataque, seguro de su victoria. Sólo Bruto se muestra inquieto, aunque piensa que la República debe verse libre de tiranos, no puede alegrarse de la derrota de César, que ha sido como un padre para él.
Por su parte, Pompeyo está pensando en olvidarse del ejército de César, pero los senadores se oponen y le aconsejan realizar un ataque decisivo. “Eres Pompeyo el Grande”, le recuerda Scipio, “conquistas regiones y aplastas a tus enemigos como si fueran moscas. Decepcionarás al pueblo si no atacas”. Estas palabras hacen reaccionar a Pompeyo y pronto envía sus tropas al campo de batalla.
Tras la tormenta que destrozó el barco de la Decimotercera, Voreno y Pullo, los únicos supervivientes, llegan a una isla del Adriático. “Vamos a morir aquí”, dice Voreno, que utiliza sus ultimas fuerzas para escribirle una nota de despedida a Niobe en una piedra. Pullo, optimista, decide pescar algo para comer. “Yo no estoy hecho para morir aquí”.
A Roma llega la noticia de la tragedia de la Decimotercera; sólo la seguridad de Marco Antonio ha quedado asegurada. Cuando se entera, Atia teme que la derrota de César la ponga en peligro y envía a Octavia a casa de Servilia para pedirle protección. Ante la visita de Octavia, Servilia se muestra encantada y la joven se lo agradece con un apasionado abrazo…
En la ciudad, Lyde regresa a casa de su hermana Niobe, aunque todavía está enfadada con ella y rechaza el dinero que ella le ofrece. Pero cuando Niobe le dice que es muy seguro que Voreno esté muerto, Lyde se compadece, ya que su hermana es la única familia que le queda.
En Grecia, los hombres de César luchan desesperadamente contra los de Pompeyo, a pesar de que las tropas de éste superan las suyas notablemente. Pero contra todo pronóstico, los hombres de Pompeyo no salen bien parados. César manda a Roma la noticia de que él ha ganado la batalla. Además, los senadores están replanteándose si seguir con Pompeyo o no. “Si hubiera sabido lo tonto que es Pompeyo, nunca me habría ido de Roma”, dice Bruto, que finalmente decide regresar a la ciudad con Cicero.
Pompeyo propone a los hombres que le quedan marchar hacia Egipto, donde dice tener amigos de verdad. Pero éstos le dicen que es imprudente viajar juntos, y le dejan claro que ya no le consideran un líder. Así que Pompeyo se va con su familia y con unos pocos soldados y esclavos. Pero en mitad de la noche algunos de ellos le roban su caballo y su carro. Pompeyo se va a Egipto con los pocos esclavos leales que le quedan y les pide a sus vigilantes que oculten su identidad durante el viaje.
Reforzado por su victoria, César recibe a Bruto y Cicero con los brazos abiertos, mientras estos se disculpan de todas las formas posibles, pero César se muestra comprensivo con ellos, sobre todo con Bruto, que parece muy arrepentido de haberle abandonado en su día.
Por su parte, Voreno y Pullo, preocupados por su supervivencia, construyen una balsa con los cuerpos de los soldados muertos y se hacen a la mar. Exhaustos y deshidratados llegan a lo que queda del campamento de Pompeyo. Allí, el general intenta hacerse pasar por un civil, pero ellos lo reconocen perfectamente. “¡César nos va a cubrir de oro!” dice Pullo excitado, al pensar en lo que supondría llevarle la cabeza de Pompeyo. Pero Pompeyo le hace una petición sincera a Voreno: le pide llevar a su familia a Egipto. Como Voreno ha sido siempre un ferviente defensor de la República, no puede soportar el hecho de ver al poderoso líder suplicando clemencia. Así que decide dejarle marchar. Cuando finalmente vuelven al campamento de César, Voreno debe informar al general de su encuentro con Pompeyo, y explicarle por qué le han dejado marchar. “Había lágrimas en sus ojos, está destrozado. No vi la necesidad de torturarle”. Pero a César no le vale con esta explicación: “Mientras pueda montarse en un caballo, será peligroso. ¡Debería azotaros y crucificaros!” César rechaza así a los dos hombres, pero haciendo recuento de todos los triunfos de los dos soldados, dice: “Esos dos están protegidos por los dioses. No es conveniente matar a nadie con tal suerte ”.
Pompeyo y su familia llegan navegando a Egipto, sanos y salvos. Allí son recibidos por un hombre llamado Septimio, un antiguo soldado del ejército de Pompeyo cuando estaba en España. Pompeyo se alegra al saber que ahora trabaja para los egipcios. Septimio se acerca para ayudarle a desembarcar, pero de repente saca su espada y se la clava a Pompeyo en el estómago. Después, mientras su esposa Calpurnia y sus hijos miran, Septimio le corta la cabeza a Pompeyo.