Sinopsis
El Senado se reúne para aprobar el nombramiento de César como Emperador, y Bruto y Escipión dejan a un lado su honor y apoyan al hombre contra el que un día lucharon, pidiendo al resto de senadores que hagan lo mismo. “Ha demostrado ser tan prudente y piadoso en la victoria como invencible en la batalla”, dice Bruto. “Acabemos con las divisiones y disputas civiles”. Tras una votación unánime a su favor, César anuncia que la guerra ha terminado y que habrá cinco días de fiestas y juegos para celebrar su triunfo.
Mientras tanto, en el vecindario de Aventine se preparan las elecciones municipales y Voreno, nervioso, prepara su primer discurso de campaña. “Se acabaron los tiempos oscuros. César ha puesto fin a la tiranía patricia y va a asegurarse de que se oiga la voz del pueblo”. Atia, por su parte, le ofrece a Servilia un asiento a su lado durante la cabalgata, pero ella rechaza la invitación. Se encuentra muy débil tras la humillación que sufrió en la calle y está tramando constantemente contra la familia de Atia. Además, ahora cuenta con la ayuda de Quinto, el hijo de Pompeyo, para vengarse.
Octavia, por su parte, está acudiendo a un templo todos los días, donde reza fervientemente y ofrece un poco de su sangre a “la Gran Madre”. Su hermano va a buscarla porque, con sus escapadas diarias, está dando una mala imagen de la familia. “Quiero estar limpia de obscenidades y debilidad. Quiero renacer como una sierva de la Gran Madre”. Cuando Octavio ve las heridas de sus brazos no duda en llevársela del templo a la fuerza.
Por otra parte, Pullo, que ya no es soldado, monta en cólera cuando le dicen que no puede desfilar con la Decimotercera en los festejos de César. Así que se refugia en lo más parecido a su hogar, las oscuras tabernas llenas de borrachos, donde el hijo de Pompeyo, Quinto, insulta a César ante todo aquél que le escuche. Para preparar la fiesta de César, Octavio unge a su tío abuelo, pintándole la cara de rojo con sangre de buey.
En la primera ceremonia, el nuevo Emperador preside la ejecución pública de su antiguo enemigo, Vergincetorix (el rey de los galos), al que han mantenido con vida en una mazmorra. Pullo, que ya no tiene nada que perder, le pide a su amigo Voreno que le dé a Irene la libertad, ya que está planeando casarse con ella y formar una familia. “La quiero… Nunca he estado tan seguro de algo en mi vida”. Cuando ella se entera de va a ser libre no cabe en sí de gozo y, emocionada, se tira a los brazos de su salvador. Momentos después, el otro esclavo de Niobe, Edipo, también le agradece a Pullo lo que acaba de hacer. “Habíamos pensado en tomar el nombre de Voreno cuando consiguiéramos la libertad, pero Irene dice que debe ser el tuyo el que tomemos cuando se convierta en mi esposa, así que esperamos que estés de acuerdo”. Sin dar crédito a lo que oye, Pullo monta en cólera y comienza a golpear al joven esclavo hasta matarlo.
Después de esto, Voreno decide poner fin a su amistad de una vez por todas. “¿Cómo te atreves a hacer semejante cosa delante de mis hijos?” Mientras tanto, Irene llora desesperada encima del cadáver de su amante. “¡Eres la estupidez en persona! ¡La falta de respeto! ¡Soy candidato a magistrado, no puedo permitir que haya asesinatos en mi casa!”. Pullo responde metiendo el dedo en la llaga: “En cambio tú, con tu preciosa y limpia toga blanca, que nunca se ensucia aunque tú estés lleno de porquería… Hace tiempo dijiste que César era un rebelde y un traidor. Y ahora que él te da dinero y tierras, es el salvador de la República”. Voreno, que no tiene palabras para responder, intenta golpearle, pero Pullo le rechaza y se va.
Por otra parte, Bruto se entera de que su madre y Quinto están repartiendo panfletos por la ciudad en su nombre, en los que se refieren a él como “defensor de los principios de la República y en contra de las fuerzas de la tiranía”. Bruto le dice a Servilia que podrían matarle por eso, pero ella no parece muy preocupada por ello. “Estás pensando en tu propio beneficio. Yo, en cambio, me preocupo por la historia de Roma”, le dice su madre, y le sugiere que haga lo que su padre hubiera hecho: echar a César de Roma. Pero Bruto se niega a tomar parte en la “locura” de su madre. En su lugar, le lleva a César uno de los panfletos. “Me pregunto quién habrá escrito esto...”, dice. Bruto sacude la cabeza: “Ojalá lo supiera…”.
Mientras tanto, Pullo, borracho como una cuba, se refugia en las tabernas de nuevo. Allí se encuentra con Erastes Fulmen, que le ofrece un trabajo. “Soy un soldado, no un asesino”, le contesta Pullo. “En estos tiempos que corren, ¿cuál es la diferencia entre ambas profesiones?” Pullo duda en un momento dado, pero quizá acepte la oferta...